martes, 7 de diciembre de 2021

Geraldine de Santis y su obra Dominicanas fuera de Serie

Emilia Pereira entrevistó a Geraldine

EN LA XIV FIL PARA LUCÍA AMELIA CABRAL

Lucía Amelia Cabral, Premio Biblioteca Nacional de Literatura Infantil, posa junto al letrero que
da nombre a su calle en la XIV Feria Internacional del Libro
Lucía Amelia Cabral

Es curioso como algunos seres muy importantes en nuestro país no ocupan todas las páginas en los medios de comunicación social y algunos libros, como debieran. Parte de mi empeño en hacer blogs para mis colegas es porque deseo que cuando alguien de cualquier parte del mundo, indague sobre nuestra literatura, tenga a mano los datos que le ofrezcan claridad sobre la opinión que se ha de forjar.
Ayer, 11 de mayo del 2011, las autoridades de la Feria Internacional del Libro inauguraron una calle con el nombre de Lucía Amelia Cabral y como sé que muchos de nosotros necesitaremos estos datos, me apresuro a colgarlos aquí. 

Lucía Amelia Cabral es egresada de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Summa Cum Laude, de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Escuela de Servicios Internacionales.

Sus cuentos fueron adaptados para teatro y ballet y han sido narrados por la radio en España, Cuba y Argentina. También han sido llevados a la televisión en Suecia y Alemania.

Entre sus libros sumamos:

Hay cuentos que contar

Gabino

Sorprendido el plátano

El camino de Libertad

Mi abecedario

Soy el río

Dime tú, qué digo yo

Carmelo, el bombero (Colección Dienteleche. Ediciones Ferilibro)

En colectivo: Poemas con son y sol. Poesía de América Latina para niños donde aparecen algunas de sus tiernas poesías.

Otro título suyo es: «La sirena del monte», publicado en la obra editada por Banreservas antes citada: Huellas de la leyenda, donde aparece como fundadora y propulsora del Círculo Dominicano de Escritores para Niños y Jóvenes, junto a Aída Bonnelly, Eleanor Grimaldi, Margarita Luciano, Brunilda Contreras, Rafael Peralta Romero, Nelly García de Pión, Leibi Ng, Marianne de Tolentino y Aidita Selman.

Lucía Amelia Cabral es Premio Biblioteca Nacional de Literatura Infantil.
El Director de la Feria del Libro, Lic. Alejandro Arvelo, la Viceministra de Cultura, Lourdes de Cuello,
el Lic. Fabio Herrera, esposo de la escritora homenajeada: Lucía Amelia Cabral, el Ministro de Cultura, Lic. José Rafael Lantigua y la niña Ana Cayena, nieta del matrimonio Herrera Cabral.







MARTÍ Y LOS NIÑOS



Daniel Mathews

trigoso@geo.igp.gob.pe 
U. del Centro del Perú -Huancayo

El tema de la literatura infantil es polemico. Existe algo que podamos llamar efectivamente "literatura infantil"? Si se trata de llamar así a lo que escriben los niños habría que llamar senil a lo escrito por el último Borges o juvenil a lo de María Emilia Cornejo. Es simple y llanamente literatura y cualquier adjetivo adicional sobra. Normalmente lo que se escribe para los niños efectivamente puede recibir el titulo de "infantil" pero más bien no el de literatura. Son textos educativos -pueden haber sido redactados en prosa o en verso, es otro tema- mas que literarios. A veces ni llegan a ser textos educativos. Suelen ser bodrios que sirven para torturar a los niños en la escuela. Vendidos como si fueran literatura son, en muchos casos, la causa de que estos niños no quieran volver a coger un libro. En realidad, si resultan particularmente antipáticos estos textos es por las relaciones de poder que establecen entre emisor y receptor. La mal llamada literatura infantil supone una relación autoritaria en la que el emisor (profesor, "autor infantil", o como quiera llamársele) está en condición de superioridad frente al receptor (niño) por un privilegio de edad que, se supone, le otorga un saber. Por eso siempre tienen una moraleja, una enseñanza.

El texto literario en cambio supone una relación comunicativa, un contacto, entre lector y autor, en el que resulta siendo el lector quien realmente crea el poema, el que le da sentido. Es una forma de contacto entre iguales, en la que es el saber del receptor el que podrá llenar el texto. El escritor puede tener un "lector ideal" al momento de escribir o puede estar escribiendo simplemente como quien tira botellas al mar. Lo que no puede es creer que el lector es un munusválido a quien hay que guiar. Es mas bien un interlocutor con quien conversar. Y esto es lo que hace tan difícil escribir teniendo al niño como "lector ideal". Hay que comenzar reconociéndolo como un semejante.

En la relación entre literatura e infancia han habido varias formas de superar el carácter autoritario que supone la "literatura infantil". Una es escribir reconociendo en la infancia una "edad de oro" y por tanto respetando, cuando no exaltando, sus propias posibilidades, como una forma de ir más alla de la razón adulta. No sólo se acepta al niño como un ser distinto. Es más que eso la posibilidad de levantar al niño como alternativa frente a una racionalidad que a cada paso muestra sus limites. Es lo que se ve, por ejemplo, en toda la novelistica de Arguedas. Y no son novelas que tengan como "lector ideal" a un niño. Pero tampoco se niega esa posibilidad.

En América fue Martí quien más programáticamente asumió el niño como una alternativa válida. En esto no hacía más que ser consecuente con los rasgos románticos de nuestro modernismo y por ello con la superación de la superstición de la Ilstración que ha sido descrita por Octavio Paz (Los hijos del limo, 1974): "El romanticismo fue una reacción contra la Ilustración y, por tanto, estuvo determinado por ella: fue uno de sus productos contradictorios, tentativa de la imaginación poética por repoblar las almas que había despoblado la razón critica".

Para Martí la relación entre su escritura y la infancia es doble. En el caso de Ismaelillo es un padre que le escribe a su hijo. No solo se trata de un libro para niños, sino sobre un niño, sobre lo que significa un niño para su padre. Se trata en realidad de una comunicación entre un padre, que es el que "habla" en el libro, y su hijo, lector implícito, "niño ideal" al que el libro se dirige. Por otro lado escribe La edad de Oro, dedicada ya no a un "niño ideal", sino a los niños en general. Niños a los que se supone tanto o mas hábiles que el propio autor y con los que se trata de conversar de igual a igual.

ISMAELILLO: EL PADRE, EL HIJO


Anécdota 1
La esposa de Martí, Carmen Zayas Bazán, descontenta con la existencia inestable, de conspirador político, elegida por aquel hombre cuyo verdadero compromiso nupcial era con la libertad americana, parte de Nueva York hacia Cuba llevándose al niño de ambos, proximo a cumplir dos años.

Anécdota 2
Agar, la esclava de Abraham, junto con su primogénito Ismael, es expulsada al desierto, donde el ángel los rescata en cumplimiento de la profecía: "Y llamarás su nombre Ismael porque Jehova ha oído tu aflicción"

Así, en el titulo de Ismaelillo va contenida una alegoría. Por un lado el hijo, José Francisco, que parte al destierro. Por la otra Ismael que va al desierto. Pero en realidad no es el hijo quien va al destierro. El hijo va a Cuba, va al oasis. El desterrado es el propio Martí, desterrado de su patria y de su hijo. La alegoría es doble. Ismaelillo es él mismo. Mejor aun, Ismaelillo es su hijo, pero por el hijo queda instaurado el padre. Él existe por el otro, por el hijo. Y apenas abrimos el libro nos damos cuenta que efectivamente es asi: "Hijo espantado de todo me refugio en ti". Así como el ángel en el desierto fue refugio para Ismael, el hijo debe ser refugio para su padre. De ahi en adelante el libro será esta busqueda de refugio en el hijo, lector implicito, y por lo mismo en cada lector real, cualquiera sea su edad.

Lo que intenta Martí a lo largo de todo el libro es establecer un campo de relaciones intrasubjetivas donde el autor implícito convocará al lector implícito para que no sólo lo ayude a través de la lectura en la labor poética; sino que a través de un compartir deseos lo ayude a vivir. El propio compromiso político de Martí no se realiza sino porque el interlocutor así lo quiere:

Heme ya puesto en armas,
en la pelea!
Quiere el principe enano
que a luchar vuelva

Es efectivamente un adulto que se dirige a un niño, pero no para enseñarle algo o dandole moralejas aleccionadoras, sino para comprometerlo vitalmente. La reiterada presencia de los pronombres en primera y segunda persona cumplen un papel de primer orden en esto. En muchos casos se trata de pronombres posesivos que convierten a uno de los dos en propiedad del otro: "mi reyecillo", "mi dueño" "mi despensero" etc. Observese que mi despensero, por ejemplo, indica que el hijo está al servicio del padre, mientras que "mi dueño" supone una situación inversa. Eso marca una diferencia clara entre Ismaelillo y la llamada "literatura infantil". En la "literatura infantil"el autor no puede convocar al lector a una colaoración porque no cree en el lector, se dirige a un lector que previamente disminuye. En Ismaelillo ocurre lo contrario. Martí quiere entrar al mundo infantil, quiere acercarse al niño, quiere refugiarse en él, pero desde su propia experiencia y sin ocultar lo que el adulto trae consigo. Exalta los poderes y facultades del niño, pero desde su experiencia adulta. Ninguno tiene que renunciar a nada en este dialogo. Marti lo que intenta es establecer una nueva relación con la infancia.

Enrico Mario Santi afirma que Ismaelillo no pertenece al genero de la literatura infantil porque no crea "un mundo aparte, un refugio temporal en que se suspenden la contingencia y la temporalidad" (Rev. Iberoamericana N° 137) . Pero lo que hace justamente Martí es cuestionar la existencia misma de un genero que considera al niño un retrasado mental para el que hay que construir un mundo aparte. Y es cuestionándolo que busca establecer una nueva relación con el niño. Prueba que quiere establecerla es la propia presentación del libro: los versos de arte menor, los delicados grabados que ilustran la primera edición, la brevedad y a veces ingenuidad de muchos poemas, el escenario domestico de los mismos.


LA EDAD DE ORO: EL DIALOGO POSIBLE


Este cuestionamiento continua en La Edad de Oro, revista a la que nadie podra cuestionar su caracter infantil a pesar de que tampoco "crea un refugio textual en el que se suspenden la contingencia y la temporalidad". La contingencia y le temporalidad estan presentes en La Edad de Oro como quizá nunca antes ni después en revista infantil alguna: "Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar porque el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado" (La Edad de Oro N° 1, Jul 1889) es una frase que podría ser parte de una proclama revolucionaria. Pero que en realidad forma parte de un artículo sobre historia en una revista "dedicada a los niños de América". Y es que Martí no parte de la idea de que haya que construir un mundo idilico para los niños. Por el contrario considera que...

"El niño desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa lo que sucede alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un brivon y esta en camino de ser bribon".

Si tenemos en cuenta que este "vivir con honradez" incluye atreverse a decir lo que se piensa, no obedecer a un mal gobierno, no aceptar que los hombres maltraten a los hombres, lo que se le propone al niño es mucho más que un mundo idilico. Con esto no solo cuestiona la "literatura infantil", cuestiona toda la educación y la relación entre adultos y niños.

El autor reconoce entonces una capacidad en el lector niño y abre el diálogo. Y ahora le pide a los niños cosas más concretas: que escriban "no importa que la carta venga con fallas de ortografía"; que utilicen la revista para fines prácticos como intercambiar postales; que se expresen en ella. No se logró darles en efecto este lugar de expresión. La revista duro muy poco: apenas cuatro números publicados entre Julio y Octubre de 1889, no tuvo tiempo para hacerse un público participativo, que escriba cartas e intervenga en la revista de modo efectivo, Por eso decimos que fue más un dialogo posible que uno real. Pero por lo menos el diálogo quedó abierto. Les propuso a los niños construir juntos el futuro y que las niñas también intervengan porque "es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no saben más que de diversiones y de modas".


MUSA TRAVIESA


Ahora bien: Cómo deben construir los niños el futuro? Por cierto que siendo lectores como Nene y generosos como Bebe, por cierto que no siendo como el señor Pomposo, presumido y estirado. Pero también siendo traviesos, jugando, mostrando su alegría. Y aunque los cuentos de Martí en muchos casos son tristes en ellos hay una reivindicación de la alegría de dar y de la posibilidad de tomar iniciativas desde la infancia.

El niño desde su travesura nos enseña a vivir. Un poema fundamental en la comprensión de esto es Musa Traviesa. El padre está metido en "entretenimientos del cerebro" cuando irrumpe el niño y altera el orden de la biblioteca, obliga al padre a incorporarse a un mundo de juego y a refrescar su propio niño.

Creo que este es el sentido que tiene la afirmación de Martí de que la poesía anterior a Ismaelillo no vale un ápice. Me parece una opinión exagerada en torno a su propia obra pero lo importante es que se produce una autocrítica, un abandono de la "poesía cerebral" por una musa traviesa que no es solo una actitud poética distinta sino una actitud vital:

Venga y por cauce nuevo
Mi vida lance
Y a mis manos la vieja
Peñola arranque,
y del vaso manchado
la tinta vacié.

En el desorden de la biblioteca se reordena la vida, retoma su espontaneidad, su juego de emociones y es desde ahí que comienza a operar la fuerza del niño. Hemos visto que por el hijo queda instaurado el padre. En esta "musa traviesa" el trabajo de instauración del padre queda terminado:

Hete aquí, hueso pálido
Vivo y durable
Hijo soy de mi hijo
él me rehace

El padre se convierte en "hijo del hijo" porque la instrucción activa de este lo salva de su propio cerebro. Pero si el "hijo" en realidad representa a los lectores, esta opción vivificadora está en realidad repartida en cada uno de nosotros. Solo en la medida en que nos volvamos niños, que saquemos a luz nuestro juego de emociones, estaremos en realidad creando a Martí, dándole una vida nueva al texto.
A los niños que lean La edad de Oro
(José Martí)


© Daniel Mathews 1998



http://www.ucm.es/OTROS/especulo/numero9/marti.html
A los niños que lean La Edad de Oro

Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana: para contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres. Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora.

Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan cómo, se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las máquinas de vapor, y los puentes colgantes, y la luz eléctrica; para que cuando el niño vea una piedra de color sepa por qué tiene colores la piedra, y qué quiere decir cada color; para que el niño conozca los libros famosos donde se cuentan las batallas y las religiones de los pueblos antiguos. Les hablaremos de todo lo que se hace en los talleres, donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia, y son magia de verdad, más linda que la otra; y les diremos lo que se sabe del cielo, y de lo hondo del mar y de la tierra; y les contaremos cuentos de risa y novelas de niños, para cuando hayan estudiado mucho, o jugado mucho, y quieran descansar. Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón.

Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga con faltas de ortografía. Lo que importa es que el niño quiera saber. Y si la carta está bien escrita, la publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para que se sepa que es niño que vale. Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Por eso La Edad de Oro va a tener cada seis meses una competencia, y el niño que le mande el trabajo mejor, que se conozca de veras que es suyo, recibirá un buen premio de libros, y diez ejemplares del número de La Edad de Oro en que se publique su composición, que será sobre cosas de su edad, para que puedan escribirla bien porque para escribir bien de una cosa hay que saber de ella mucho. Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.

Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas. Pero hay cosas muy delicadas y tiernas que las niñas entienden mejor, y para ellas las escribiremos de modo que les gusten; porque La Edad de Oro tiene su mago en la casa, que le cuenta que en las almas de las niñas sucede algo parecido a lo que ven los colibríes, cuando andan corriendo por entre las flores. Les diremos cosas así, como para que las leyesen los colibríes si supiesen leer. Y les diremos cómo se hace una hebra de hilo cómo nace una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las viejecitas de Italia los encajes. Las niñas también pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto quieran saber, y mandarnos sus composiciones para la competencia de cada seis meses. ¡De seguro que van a ganar las niñas!

Lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: « ¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!»


Regreso al artículo "Martí y los niños"
El URL de este documento eshttp://www.ucm.es/OTROS/especulo/numero9/marti_or.html

Dulce Elvira de los Santos en Estilos de Diario Libre

http://www.diariolibre.com/estilos/entrevistas/dulce-elvira-de-los-santos-AG3967714

Luis Martín Gómez: "Escribir no vende en República Dominicana"

Luis Martín Gómez


El ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil 2003, Luis Martín Gómez, continúa apostando a los libros para niños(as) con su más reciente publicación "Mami: Operación elefante", cuya historia está inspirada en Mami, la elefanta de más de 60 años que murió en el año 2000, en el Zoológico Nacional.

"Mami: Operación elefante" es su segundo libro para niños. ¿Por qué se ha inclinado por la literatura infantil?

Me gustó la experiencia del primero, "El Hombre Grama y otros cuentos verdes y pintones", y me entraron ganas de trabajar otro, esta vez dirigido a niños de mayor edad que pudieran interesarse en una historia más larga y si se quiere más complicada. Pero no sé si la literatura infantil será una tendencia definitiva en mi obra; el tiempo dirá.

A propósito de que este libro está ilustrado por Elías Roedán, ¿cómo se da la sinergia entre un ilustrador y un escritor?

En mi caso, se ha dado muy bien, fluida y sin conflictos, tal vez porque he tenido la dicha de trabajar con dos excelentes ilustradores, Tulio Matos y Elías Roedán, que al mismo tiempo son excelentes personas. Creo que también ha ayudado el hecho de que durante muchos años fui creativo publicitario que laboró bajo la modalidad de "dupla" (un escritor y un ilustrador) y aprendí a trabajar en colaboración.

En la era de internet, ¿qué factores se deben tomar en cuenta a la hora de escribir para niños?

Seguir escribiendo buenas historias. El medio es coyuntural, ahora es internet, mañana será otro, que conviene usar como plataforma de difusión (por cierto, el libro "Mami: Operación elefante" tiene su respaldo digital en el sitio www.elefantamami.com). Pero lo fundamental, en esta Era y en la que vendrá, es hacer literatura de calidad.

Se dice que la literatura infantil no debe ser moralizante ni con funciones educativas per se. ¿Hasta qué grado es cierto esto?

No me disgusta que tenga esos elementos siempre que no se impongan a la función principal de la literatura, que para mí tiene que ver más con la emoción, con el placer estético. De hecho, desde que uno crea un protagonista y le asigna características y lo contrapone a un antagonista con valores diferentes, ya está sugiriendo algún aprendizaje, una preferencia por una forma de ser o por un ideal. Lo que hay que cuidar es que esto no te arrope el relato o te condicione el desarrollo o su final, que podrá ser ejemplarizante sólo si la historia lo requiere, pero no porque tenga que ser así.

Muchos dominicanos crecieron con literatura que obedecía a patrones extranjeros. Sin embargo, en la actualidad pareciera que la realidad es otra, pues hay varios escritores dominicanos escribiendo para ellos. ¿Podría decirse que la literatura infantil dominicana está en su mejor momento?

No podría afirmarlo porque no soy estudioso, académicamente hablando, de literatura infantil, ni soy crítico literario. Puedo hablarte como lector y decirte que admiro las obras de César Sánchez Beras, Aidita Selman, Lucía Amelia Cabral, Dinorah Coronado, Dulce Elvira de los Santos, Reynaldo Disla, Brunilda Contreras, doña Margarita Luciano, Rafael Peralta Romero, Farah Hallal... Ellos (y unos cuantos más que ahora se me escapan) dan buen testimonio de la salud de la literatura infantil dominicana. Por otra parte, no me gusta separar la literatura en extranjera o nacional, o en escrita por mujeres o por hombres. El rasero para la literatura debe ser, repito, la calidad.

Pregunta indiscreta: ¿escribir para niños vende en República Dominicana?

Hasta donde sé y por experiencia propia, escribir no vende en República Dominicana, ni para niños ni para adultos. Creo que siguen faltando lectores y gente que haga buen mercadeo. Las excepciones a la regla (Isael Pérez, Rafael García Romero) pudieran abrir un camino que conduzca a otra realidad. Ojalá.

¿Y a usted qué tal le ha resultado?

Mal, por supuesto, y con tendencia a agravarse, tomando en cuenta que me he empecinado en publicar con mi propio sello: "Mar de tinta", sin ser editor ni pretenderlo.

En el "Congreso de Literatura Dominicana Contemporánea: Tendencias y desafíos", el escritor Manuel Núñez dijo que hay diferencias entre un texto literario escrito por un periodista y un escritor. Siendo usted ambas cosas, ¿lo confirma o lo desmiente?

Lo confirmo, son cosas diferentes. Pero eso ya lo han explicado excelentemente el profesor Juan Bosch y don Federico Henríquez Gratereaux en sendos ensayos sobre el tema.



LECTURAS | 24 SEP 2014. SANTO DOMINGO.- 

La eracra de oro de Virginia de Peña de Bordas.

En esta tierra quisqueyana, rica en leyendas gloriosas, vivía en tiempos de Cristóbal Colón un indiecito de unos treces años, osado e inteligente, llamado Tamayo. Era hijo de uno de los nitaínos más valientes de La Española y había aprendido de su padre a usar el arco y las flechas con maestría sin igual. Pertenecía a la noble raza de los araucas, pacíficos pero valientes en sumo grado. Su constitución emotiva demostraba que, como todos los hombres de su estirpe, era soñador y capaz de entregarse a la meditación. Así lo pregonaban el límpido fulgor de sus ojos y la dignidad y sosiego de su continente.

Un buen día, nuestro indiecito decidió solicitar el permiso de su padre para ir en excursión a las montañas del Baoruco, donde imaginaba que moraban aún las ciguapas de luengas cabelleras y las opias de sus mágicas leyendas. Las opias eran las almas de los muertos con vestidura mortal, que ellos temían.

El nitaíno, anciano de severo semblante y porte altivo, escuchó la petición de su hijo con un destello de comprensión en la mirada y sus labios se comprimieron con gesto apenado.

—¿Es posible, —preguntó en su sonoro idioma antillano —que te sea indiferente perder la vida? Has de saber que las selvas milenarias están cuajadas de peligros. ¿Acaso lo ignoras?

La expresión del chico era el anverso de una decepción. Por eso contestó con presteza:—Por el contrario, padre, lo he oído comentar muchas veces, pero… ya sé que pronto, cuando cumpla los catorce años, me veré precisado a laborar en las plantaciones y en las minas: y como me resta tan poco tiempo de libertad, bien quisiera aprovecharlo.

—Comprendo… —musitó el padre y sus ojos se nublaron repentinamente, pues no esperaba semejante confesión de su tierno hijo. —Pero debo advertirte que la aventura que has soñado es harto peligrosa y otros más denodados que tú han perecido en la demanda. ¿Por qué no desistes? Te asaltarán criaturas extrañas como jamás te soñaste conocer…

—¡Bah! —Contestó despectivamente el chico— ¿Acaso te encontraste con ellas alguna vez en tus andanzas por los montes?

En la mirada del anciano relampagueó el recuerdo.

—Aún me parece verlas: pálidas, iracundas, con la cabellera al viento y los ojos desorbitados; ¡pero mis pies fueron bastante ligeros para esquivarlas! Sabía que me esperaba en su compañía una muerte segura entre los despeñaderos. Creen que todos los humanos somos hijos de Maboyá, que todos llevamos en el alma el germen de la ambición y el desenfreno… ¡Y quizás estén en lo cierto! No perdonan ni un pensamiento impuro. ¿Comprendes?

—¡Ah, más que nunca anhelo ahora subir al Baoruco! ¿Padre, me concedes tu permiso y me das tu bendición?

El nitaíno no albergaba ya pensamiento de liberación. Aquella había sido la existencia bendita de sus antepasados; pensó entristecido: ¡la libertad! Y deseaba que su hijo la disfrutase: a despecho de las duras circunstancias de su vida. Por eso dijo blandamente:

—Los indios no escatimamos la ocasión de hacer hombres valientes de nuestros varones. Está concedida tu petición.

—Gracias, padre —agradeció entusiasmado el adolescente—; me haces el más feliz de los mortales. ¿Me prestas tu piragua y tu hacha de monte? Quizás es mucho pedir…

Vencido por su amor paternal, el nitaíno contestó:

—Ambas están a tu disposición, aunque mi hacha te servirá de poco. ¡Hoy no es más que un símbolo! Trabajaba con esmero y tesón durante mucho tiempo, fue confeccionada para prepararnos el sustento y defendernos de nuestros enemigos ancestrales, los Caribes, tan fieros como valientes. Hoy es poco menos que inútil para defendernos de los guerreros de pecho de hierro que nos esclavizan. Por eso te ofrezco la piragua: puede servirte mejor… Ve, hijo mío, y que Luquo, el Ser Supremo, ¡te proteja en el camino!

Y arrancando una aromática rama de curia, le tocó en el hombro bendiciéndole.

La floresta, henchida de trepidaciones y ruidos apagados, elevaba al cielo la alegría del trópico. El lago de Jaragua era una gema arcoirisada de vivísimos matices. La piragua, como una sombra chinesca, se deslizaba ante el sol. Todo era brillantez y luminosidad cegadoras. El rostro oliváceo del indiecito se tornaba cada vez más jocundo. No le arredraban las enormes tortugas, iguanas y caimanes que veía deslizarse sobre sus orillas, porque sabía cómo esquivarlos; ni los manatíes de rostros casi humanos, que jugaban al borde del agua diáfana. Recordaba con placer que su padre había llegado a domesticarlos y muchas veces le colocó sobre sus amplios lomos para divertirle. La canoa, de pulida caoba se deslizaba bajo los árboles de ramas caídas, que moteaban el agua de sombra y sol. Pájaros diversos de vistosos plumajes, saltaban audaces de rama en rama, llamándole la atención.

El ruido isócrono de los remos cesó de improviso. Percatóse con asombro de que su piragua se había inmovilizado, como si de repente hubiera echado raíces. ¿Sería la mano de algún cemí que la retenía? ¿Es que estaba vedado pasar por allí? Algo semejante debía suceder, pues al tocar los remos la superficie lisa y brillante del lago, arrancáronles chispas luminosas, como de una gema que hiriese el sol, pero no avanzaba en modo alguno. Estaba perplejo; no sabía qué partido debería tomar. Hizo un esfuerzo supremo por darle impulso a su piragua y los remos se quebraron, astillándose. ¡La masa de sus aguas se había petrificado! Alrededor, la tierra era toda bermeja, ornada de árboles florecientes. Como sucede a menudo en el trópico, el crepúsculo caía rápidamente y el paisaje entero se envolvía en sombras de misterio. Bajo unas palmeras que se agrupaban en forma de templo, creyó ver ojos humanos que le atisbaban, eran criaturas pálidas, hurañas, cuyas cabelleras luengas y sedosas les cubrían enteramente como un manto real. No cabía duda: ¡eran ciguapas! Sirenas o ninfas, según los indígenas; abortos de Luzbel, según los frailes hispanos. Tamayo conocía sus implacables y frías decisiones; por tanto, debía proceder con cautela. En aquel paraje reinaba un silencio absoluto y se percibía la melodía del viento entre las hojas. La luna en el horizonte era un espectro pálido.

Ya estaba allí y era indigno de un Taíno volverse atrás, aunque sentía clavados en él sus ojos desafiadores. Sin pensarlo más, arrastró su piragua hasta la orilla y la ató cuidadosamente al tronco de una ceiba con un fuerte bejuco de jagüey, que colgaba de un árbol de la ribera. Acto seguido, se encaminó al grupo que le miraba con atención. Notó al acercarse que no eran como las imaginara, sino criaturas demasiado jóvenes y hermosas para causarle daño a ningún mortal. Por lo menos, eso le sugería su mente de niño inocente. Las interpeló, pues, sin sombra de temor.

—¿Serían tan amables en decirme qué paraje es éste y por qué motivo se ha encallado mi piragua en el lago? Me ha sido imposible moverla…

—Forastero, preguntas muchas cosas a la vez —contestó la que parecía de más edad— y eres demasiado joven para aventurarte por estas soledades. Harías bien en volverte por donde has venido y tratar de olvidar todo lo que has visto…

El indiecito vivía la embriaguez de un sueño y refutó sin amilanarse; contemplando los ojos hipnotizantes:

—¡Ah! ¡Es demasiado hermoso para olvidarlo! Y además soy hijo de nitaíno, y he aprendido desde la cuna a no temerles a hombres, ni a bestias…

—¡Ah! ¡Eres valiente como testarudo! —amonestó la más joven, cuya voz alada tenía resonancias de cascabeles. ¿Cómo te llamas, chiquillo?

—Yo me llamo Tamayo… y vosotras, ¿cómo os llamáis?

—Somos la Indolencia, la Oscuridad y la Superstición.

—¡Que nombres más extraños! En fin, pensé que deseaba conoceros y que quizás me enseñaríais dónde se encuentra la felicidad en esta tierra nuestra.

Las ciguapas se miraron entre sí, lanzando al chino una mirada perversa.

—La felicidad existe en el bosque milenario de las ciguapas, donde todo es belleza y encantamiento —repuso la Indolencia con voz cansina—; y añadió:

—Jamás se ha cortado un árbol ni se ha pescado en nuestros ríos… Las frutas más tentadoras caen maduras al suelo, sin que haya necesidad de tumbarlas. Hasta ahora nadie había llegado a nosotras por determinación propia. Si deseas conocer las maravillas de natura que encierra esta tierra de tus antepasados, permanece con nosotras una noche completa y conocerás los secretos de los Cemís: penetrarás en la Eracra* Sagrada que guarda las cenizas de los Tres Behiques Sabios que enseñaron las artes de tu tierra natal. Allí existen tesoros incalculables, amuletos que llevaron al cuello los caciques ya desaparecidos. Y cuenta cierta conseja, que el valiente que logre ceñir a su garganta esos preciosos ornamentos logrará vencer al opresor. Tan sólo debes probarnos que eres valiente a toda prueba… ¿No te tienta la aventura?

—Sí que me tienta… pero no sé a qué llamáis valor. ¿Enfrentarse acaso a las bestias feroces? No existen en esta tierra nuestra animales ni alimañas que ataquen al hombre…

—No, pero hay criaturas que nos ofenden hoy más que las bestias: ¡hombres vestidos que hacen daño a los nuestros… Deben perecer todos!

—Cierto; pero no es de indios traicionar, y les llamo hermanos desde que aprendí a amar a su Dios. Ya veis que no os sirvo.

Los ojos de la ciguapa Oscuridad lanzaron chispas de furor, golpeándose maquinalmente las rodillas con dedos que remataban en afiladas puntas.

—¡Ah, ya comprendo! Masculló con sibilante acento—, serás traidor a los tuyos, como lo fue Guacanagarix, quien creyó encontrar amigos en los maguacochíos y abandonó a los de su propia raza… ¡Infeliz!

Ya el chico iba a dar la espalda malhumorado, cuando su interlocutora lanzó una especie de alarido y exclamó exasperada, revelando lo que bullía en su oscuro cerebro:

—Pues bien, ya no podrás marcharte, ¡mal que te pese! ¡Tus pies se adherirán a la tierra, como tu piragua al lago! Forzosamente pasarás esta noche entre nosotras y harás lo que se te ordene en todo momento. Estás completamente a nuestra merced, con que comienza a rezar por tu alma.

En el silencio que siguió a esta declaración tan inesperada, se adivinaba la sorpresa del muchacho, pero su altivo semblante apenas trasuntó una leve emoción.

—¡Pues tanto mejor! —dijo con aplomo al cabo de breves instantes—. La suerte está echada… Me consuela que no podéis quitarme más que la vida; he aprendido de los frailes hispanos que el alma es intocable e imperecedera, y en cambio, la materia es barro vil y deleznable.

La ciguapa Superstición lanzó una extraña carcajada, muy semejante a un bufido, y dijo con sorna:

—¡Vaya que eres valiente entre las mujeres! Al parecer solo los hispanos te intimidan… Mira, esta noche la luna tiene dos alas; es la luna roja de las ciguapas, embozada en nubes; propicia para las moradoras del bosque, pero adversa para los mortales. Dentro de unos instantes, bajará hasta nosotros y nos servirá de carruaje.

—No tienes por qué intimidarte —bisbiseó la ciguapa más joven, llamada Indolencia— preocúpense o no los mortales, a cada cual le llega su fin, con que abandonarse a su sino sería lo más acertado…

Y volvió a bostezar como si el sueño la venciese.

—Pues yo estoy convencido —aseveró el indiecito con entereza— que sólo Dios puede acelerar nuestros días, con que ya veis que no podéis intimidarme. Es inconcebible, además, que los astros bajen hasta nosotros. ¡Jamás oí decir semejante cosa! —añadió despectivo.

—Pues agárrate bien, si no quieres caerte de las nubes —ordenó la ciguapa mayor— porque, aunque no lo creas, ya vamos emprendiendo el vuelo.

Tamayo sintió que se erizaba su cabellera, porque se elevaban vertiginosamente, agarrados unos a otros.

Aquí no se puede respirar —suspiró el indiecito— y, además, hace un frío horrible.

—Olvídate de tu condición de humano y serás como si fueses divino —aconsejó la ciguapa Superstición con voz casi inaudible.

Tamayo comprobó que olvidándose de sí mismo, sentía un agradable bienestar, y aunque volar en compañía de aquellas hijas de Maboyá era por lo menos anonadante, experimentó la emoción incomparable de ser mago o Cemí, al trasladarse con tanta celeridad de un mundo a otro. Volaban por encima de la luna en fantástica procesión, y el chico contemplaba a su placer lo que otros hombres imaginaban apenas. Los perfiles de las albas montañas hacíanle sentir una admiración reverente. Todo parecía escarchado y en penumbra, de una belleza deslumbradora y tranquila.

¡Y allá abajo, cuánto ruido! ¡Cuánta gente! Por eso dijo con llaneza infantil:

—Mucho me gustaría poder permanecer aquí: ¡es más bello de lo que soñé!

—Desdichadamente tornamos a la tierra. La luna se ha cansado de volar y tú has salido airoso de esta prueba. Por lo menos, eres valiente y sereno —comentó con menos aspereza la ciguapa Oscuridad.

Descendían, y el descenso era aún más vertiginoso que la ascensión. Cortábale el aire la cara y zumbábanle los oídos como si le abanicasen un huracán. De pronto sintióse sumergido en las aguas de un río y creyó que iba a perecer ahogado, pero recordó las mágicas palabras de la Superstición y olvidó una vez más su condición de ser humano. Seguro de hacerle frente a las más duras pruebas, comenzó a nadar sosegadamente, como lo había hecho mil veces en compañía de sus amigos, buscando escondrijo entre los juncales del río. Las aguas turbulentas se cerraron sobre su cabeza, pero continuaba rítmicamente, seguido de cerca de sus celosas guardianas. Las sombras que le rodeaban bajo las aguas no eran tan sólo las de las ciguapas; parecían las de caciques destronados, quizás largo tiempo desaparecidos. Marchaban uno tras otros, altivos y desafiantes, coronadas de plumas sus cabezas de largas cabelleras, negras como la endrina. Una sombra, la más erguida, se detuvo ante él, con el brazo extendido en ademán de reto. De su muñeca pendía el grillete, que le permitió reconocer a Caonabo, el más valiente de los Quisqueyanos.

—Si no eres de los nuestros, que quisimos morir por echar de nuestro suelo al usurpador, partirás con nosotros a la tierra de las sombras, preferible mil veces a vivir avergonzado ante los hombres de tu estirpe. ¿Di, qué eres?

El indiecito sintió un tumulto en su corazón al proferir:

—Soy indio y siento como indio, Matunheri. Mi rebeldía está aquí —confesó, oprimiéndose el pecho con orgullo—, pero tengo un padre anciano, quien ha padecido ya bastante y temo por él. Algún día, cuando él sea tan sólo espíritu, como lo sois vosotros, empuñaré las armas y haré la guerra contra los invasores a la manera de mis antepasados. ¡Así me escuche Luquo!

—¡Ah, creímos que eras cristiano! ¿Acaso es Luquo tu Dios!

—Para mí, como para mi padre, Luquo es Jesús, un Ser Omnipotente, todo clemencia y compasión. No importa cómo le llaméis, siempre vela por nosotros y perdona nuestros yerros.

—Está bien orientado, compañeros; concedió el cacique de la Cibuqueira. Es de los nuestros… Así podemos marchar en paz a la región del Coaibay. Que Luquo te conceda la mayor de las glorias humanas: ¡luchar por tu patria! Y, hieráticos y solemnes, deslizánronse unos tras otros, cual si fueren arrastrados por el ímpetu de la corriente. Apesadumbrado, Tamayo reconoció en el grupo a Caribes, Macorixes y Ciguapos, de la raza que dejaba crecer sus cabellos como símbolo de su hidalguía. Mirándoles pasar, caían sus lágrimas ocultas como lluvia de fuego sobre su corazón.

Entonces las ciguapas, que habían permanecido tranquilas y observantes, le rodearon de nuevo, diciendo:

—Por segunda vez te ha salvado tu buena estrella… No tenemos reproche alguno que hacerte, y ahora vas a conocer la eracra de oro y los orígenes milagrosos de tu pueblo. En ninguna época ha pisado allí criatura viva, y el impío que pasa inadvertidamente por aquel sacro recinto, muere en el acto, como fulminado por el rayo.

Tamayo guardó silencio. La bondad inesperada de aquellas hijas de Belcebú le pareció un buen augurio. Por fortuna, había conservado puro su corazón y alimentado su alma con las enseñanzas milenarias de sus mayores. Su rostro volvió a tomar su expresión jocunda. Y emprendieron el camino, que alumbraban a trecho los cocuyos, como lámparas fosforescentes, formando cascadas de luz. No había allí claridad ni de noche ni de día; la planta del hombre jamás había hollado aquella tupida selva, ya que la espesura del bosque era tal, que apenas se filtraba la luz de la luna por entre el espeso ramaje, y sólo podían avanzar marchando de uno en uno. Como finos encajes, la guajaca colgaba con la brisa. La vegetación lujuriante, adornada de helechos arborescentes, cortinajes foliáceos y altísimas palmeras, era un espectáculo imponente en su grandeza milenaria. Veía por todas partes criaturas semejantes a las que le acompañaban, algunas con aquella expresión intimidante en sus rostros de belleza perturbadora. Había riachuelos y cascadas, en los cuales advirtió grupos que parecían solazarse en las aguas, como niñas traviesas y turbulentas. Para él, aquel inmenso bosque estaba inundado de sombras y misterio. Caminaron durante varias horas en silencio: las ciguapas delante, sin dar la espalda, siempre cautelosas y desconfiadas, sondeando sus ojos a cada instante, como si en nada les interesase lo que sucedía en derredor. Ya sólo faltaba el último picacho, que se le antojaba inaccesible, y avanzaba, con las ropas empapadas todavía, dando traspiés por aquella jungla enmarañada, pero tal era el dominio que ejercían sobre él aquellas mujeres tenebrosas, que, con sólo clavarse sus ojos hipnotizantes, recobraba él de nuevo el equilibrio y proseguía sin desmayos la rápida ascensión.

De súbito vislumbró en lo alto un fulgor extraño, como de un sol que alumbrase a medianoche. Ya sentía el frío de la madrugada y un temor reverente invadía su ánimo. ¿Vería de nuevo las opías de los caciques desaparecidos? ¿Podría platicar con el bravo Caonabo, frustrado redentor de los suyos?

El paisaje cambiaba. Cesaba la espesura y se convertía en un opulento prado, ornado de arbustos y florecillas olorosas. La luna brillaba intensamente y el cielo estaba cuajado de estrellas. En el fondo de la meseta, revelóse a sus ojos la masa deslumbradora de la eracra sagrada, como un escudo finamente labrado. Imposible hubiera sido avanzar un solo paso hacia aquel prodigio, si una de las ciguapas no le hubiese tomado de la mano para conducirle. Vacilaban sus pies y se adherían a la tierra, a pesar de su ávida curiosidad.

—¡Avanza! —ordenó imperiosamente la Oscuridad, apuntando hacia la eracra, con un fulgor inusitado en sus pupilas insomnes. —Ahora somos tus ángeles; ¡quizás más tarde seamos tus jueces implacables!

Tamayo siguió la ruta indicada. Un soplo compensador de brisa, cargada de aromas, hizole suponer aquel recinto un paraíso. Flamencos de color rosado se alzaban soñolientos, huyendo amedrentados a su paso. Llegó al arqueado portal y los dorados goznes giraron suavemente, como si la mano invisible del genio de la noche se hubiese extendido para darle paso. Fortalecida el alma por lo que juzgaba un milagro, el joven penetró en el sacro reciento y sus ojos pareciéronle demasiado pequeños para admirar lo que se ocultaba a la vista de los profanos. Allí estaban colocados en nichos los Cemis adorados por sus antepasados, representados por caprichosas figuras de oro sólido y sobre pulidas bateas, negras y brillantes como ébano. Veíanse amontonadas joyas principales de aparador, en una barbacoa de roja ácana, estaba colada toda una vajilla del mismo precioso metal. Veíanse frutos exquisitos sobre los cuencos; y, blancos como obleas, de los que consumía la gente principal. Tamayo no había ingerido alimento alguno en muchas horas y el aroma apetitoso de aquellos frutos produciále un cosquilleo en el estómago; pero comprendiendo que estaban allí como ofrenda a los Cemis, se abstuvo de tocarlos. Contemplábalo todo absorto y maravillado, cuando sintió una terrible conmoción. El templo osciló como si amenazase un cataclismo y una voz tenue se dejó oír por entre las reverberaciones del suelo:

—Nosotros, los que estamos aquí sepultados durante siglos, trillamos la senda para que las generaciones del futuro aprendiesen a ensancharla, ennobleciéndola. Escucha lo que nuestros abuelos dijeron a nuestros padres: Estas islas son las cumbres de una tierra portentosa que la ira de Guabancex sepultó en el fondo de los mares… Nuestra raza desaparecerá y renacerá otra más fuerte. Está escrito en el firmamento… ¡pero seguiremos siendo cumbres!

Tamayo escuchaba con intensa atención, apretando a sus labios el puño compulsivamente. Agitaba su hermosa melena, negándose a comprender. En él equivalía a un apostolado, la felicidad de los suyos, y ante aquella declaración, un estremecimiento de rebeldía recorrió todo su cuerpo. Desorbitados sus ojos en alucinación, contemplaba el techo abovedado, esperando ver allí un nuevo prodigio. El monólogo se había demorado un breve instante para proseguir con más pujanza: la voz hasta entonces apagada adquiría la claridad de un clarín, estremeciendo de nuevo el templo, y algunos ídolos rodaron al suelo con estrépito.

Si pretendes alzarte hasta el Turey, atiende a la Divinidad, que es más potente que las nuestras; esfuérzate en aprender lo bueno que enseñan los naguacoquíos; cultiva la tierra, que es la fuente de todas las riquezas; aprende su idioma y estudia sus libros, que contienen la sabiduría del universo. ¡No basta morar en las cumbres! Es menester alzarse hasta Nonum por nuestros propios merecimientos.

Los ojos del indiecito ostentaban un brillo acerado y su rostro tenía una expresión confusa. No pudo menos que arrodillarse, y de sus labios brotó espontáneamente esta plegaria: ¡Ah, Señor de los Cielos, escúchame y atiéndeme! Estamos exentos de ambiciones bastardas; no queremos oros ni riquezas, ni civilización siquiera… ¡Todo cuanto pedimos es la libertad! Vivir nuestra existencia pacífica de antaño, libre de sujeciones y tributos. ¡Permite que pierda la vida! —Su voz henchida de fervor patriótico, pregonaba la rebeldía de su corazón.

Las ciguapas habían desaparecido y el joven respiró aliviado, admirando con curiosidad no exenta de veneración, los extraños ídolos caídos a sus pies. En su cerebro infantil, amalgamábanse perfectamente la realidad y la ficción; las verdades austeras del cristianismo con las poéticas leyendas de su patria. Reverberaba en su pecho el sentimiento inmortal que eleva el alma de los hombres, y se persignó a la usanza cristiana, emocionado. Pensaba que al fin le habían abandonado sus exigentes guardianas y que podía marcharse libremente, pero se equivocaba. Ya se alzaba, cuando irrumpieron en la eracra sus tres jueces fortuitas, pero esta vez eran más blandas sus maneras. La frescura y la virginidad de su alma, había desalmado a aquellas mujeres implacables.

—No venimos a torturarte de nuevo —rio guturalmente la ciguapa Superstición— no somos tan pérfidas como nos suponen… pero hablemos de ti… has triunfado en las tres pruebas decisivas y ya puedes marcharte en paz adonde los tuyos, pero antes debo concederte el premio que mereces por tu fervor y desinterés de patriota innato. En tu alma no anida el rencor contra los opresores, porque estás exento de soberbia. En cambio, no aceptas el triunfo de otra raza sobre la nuestra… Eres denodado y resuelto y Luquo sabrá premiarte como mereces. Para ti son estos preciosos ornamentos, que algún día ostentarás con orgullo. ¡Llévatelos y que el Hada haga luminosa tu senda!

Tamayo escuchaba con un sentimiento indefinible de alivio y quedó como extático ante aquella asombrosa concesión. Solamente podría ostentar aquellos ornamentos como vencedor, y de aquel modo, con gusto ofrendaría su vida… ¿Pero, merecía realmente tal gracia? ¿Acaso no eran todos los indios desinteresados y amantes de la libertad? Quizás era esta una nueva celada, pensó con cierta duda todavía; pero las ciguapas recogieron aquellas riquezas, colocáronlas sobre una de las bateas y añadieron frutas y cazabe al ponerla en sus manos. Entre esquivo y emocionado, el indiecito no acertaba a dar las gracias debidamente.

—Ahora márchate a enfrentar la vida… Ya amanece y ningún mortal debe contemplarme a la luz del sol… Así habló la Oscuridad, mientras Tamayo, con lágrimas en los ojos, daba fácil salida a sus emociones. Las ciguapas desaparecieron en un remolino de aire, tendidas al viento las cabelleras e iluminadas sus frágiles siluetas por la luz imprecisa de la autora. Bandadas de aves revoloteaban mansamente en torno suyo, ensayando trinos armoniosos. Música más dulce no podía ser oía en parte alguna, pensó entusiasmado, porque la tristeza había huido de su corazón. El ambiente era fresco y convidaba al reposo. Sentóse bajo unos mameyes, no lejos de la eracra de oro, para disfrutar de un suculento refrigerio. Luego, sintiendo que el sueño le vencía, tendióse satisfecho, teniendo cuidado de poner a buen recaudo su tesoro.

Al despertar, ya era pleno día y el cielo estaba inundado de luz. Su primer pensamiento fue para la eracra sagrada, preguntándose cómo luciría a la luz brillante del sol. Recordó al mismo tiempo el regalo de las ciguapas, y advirtió la batea junto a sí, cargada con sus valiosos dones. Miró con delectación hacia el templo, pero este había desaparecido. Con los párpados entumecidos aún por el sueño, Tamayo trataba de analizar el prodigio. ¿Es que no estaba ya bajo los mameyes?

Miró hacia arriba, sintiéndose bastante desconcertado y advirtió que le cobijaba la ceiba, a cuyo tronco amarró su piragua. Allí estaba tal como la dejó, con los astillados remos echados a un lado. Y el lago de Jaragua resplandecía al sol como una gema viviente, moviéndose sus aguas al impulso de la brisa, sentía una certidumbre tan profunda de su aventura, que no podía desterrar el pensamiento de haber permanecido en las cercanías con premeditada intención. Por esa razón, le habían trasladado dormido de un sitio al otro, para que no pudiese tornar jamás a aquel refugio o paraíso vedado. Poniéndose lenta y calmosamente en pie, su rostro pareció transfigurarse, pues el extraño e increíble episodio, revestía el carácter de una divina premonición.

 

 

 

GLOSARIO

Nitaíno: Caciques secundarios.

Opías o Hupias: Almas de los difuntos. Estos espíritus tenían la los indígenas envoltura mortal.

Maboyá: El demonio en lengua taína o aruaca, creían que, haciéndole ofrendas comestibles, como a los Cemis, lograban torces sus designios.

Caribes: Según varios autores, los caribes no eran antropófagos, siendo injustamente calumniados. Los cronistas de Indias le creyeron devoradores de hombres al encontrar en sus chozas huesos humanos, los cuales conservaban como reliquia de sus ascendientes.

Caoba: Dándoles hermoso pulimento a las maderas con la piel de un pez de mar llamado labisa.

Los antillanos llamábanse a sí mismos taínos, que significaba gente noble, de condición elevada

Eracra: Bohío algo mayor que los demás. Casi siempre casa del cacique o templo. Lo indica Oviedo como usada únicamente en la Española (Zayas y Alfonso). (

Según Rafinesque, esta trinidad fue la misionera de la civilización antillana.

Behíque I introdujo el cultivo del campo y enseñó los métodos de fabricación del pan de casabe. Estableció el culto de los dioses y bosquejó su rudimentario magisterio por medio del romance

Behique II introdujo la medicina y los encantos: el suo del algodón y las yerbas sagradas.

El Behique III introdujo la música. Quizás el Areíto y el Bao.

Maguacochíos o maguacoquíos: vocablo que significaba hombres vestidos. Llamaban así a los hispanos

Matunheri equivale a Vuestra Alteza.

Cibuqueira El cacique Caonabo era un caribe principal y vino a esta isla como capitán aventurero, y por ser buena casta, casó con la princesa de Jaragua: Anacaona. Provenía de la Guayas (de Guadalupe, hoy antilla Francesa).

Coasbáy: El purgatorio

La ciguapa tenía los pies al revés y sólo caminaba de noche. Según la leyenda campesina, era menester perseguirla con un perro negro cinqueño para apresarla

Usaban el oro tan sólo como adorno de sus personas, pero tratándose de un cuento de ciguapas, nos permitimos fantasear un poco. Los ajuares caseros del taíno eran confeccionados en barro o en higüeros, artísticamente labrados cuando eran destinados al cacique o nitaíno (Señor principal).

En los templos indígenas, una vez terminada la ceremonia, el cacique o el behique (sacerdote agorero) repartía equitativamente estas ofrendas entre la concurrencia.

Guabances o Guatanicex era la diosa de los huracanes. Tenía dos hijos que mandaban las olas y los vientos.

Turey. El cielo en dialecto aruaca

Nonum: la luna. Hemos usado la voz caribe en vez de la Arauca “caraya” por parecernos más eufónica. Ambas se habían generalizado en Quisqueya.

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