jueves, 23 de agosto de 2018

AMANAY por Luis Carvajal Núñez


(A mis niñas, que ya empiezan a jugar con las palabras)

A Amanay le gustaba demasiado jugar con las palabras. A veces las decía en voz alta sólo para escuchar su sonido y las combinaba para sentir la forma en que se ayudaban o estorbaban entre ellas.
Aún no había aprendido muy bien a escribirlas cuando descubrió el extraño poder que tenían de ser muy distintas, aunque sigan siendo las mismas, dependiendo de con cuáles otras palabras se juntaban o de lo que hacía cada una de sus compañeras.
—Yo quiero ser siempre Amanay y, como las palabras, tener el poder de transformarme cada vez que me reúna con mis amigas —pensaba en voz alta.
Imaginaba como cambiaba de tamaño, de color, de forma y de trabajo cada vez que variaba su lugar en la fila, su pupitre en la escuela, el juego junto a sus compañeras o las tareas asignadas por la maestra.
—Seré todo lo que quiera ser, nunca voy a aburrirme, mientras disponga de más y más palabras me servirá mejor su poder.
Amanay veía en sus pensamientos todo lo que podía ser, pero se asustaba muchísimo cuando, entre tantas visiones, su nombre se perdía y tenía que gritarlo muy, muy fuerte para que apareciera de nuevo en su imaginación.
—¡Amanay, Amanay! —gritaba cada vez que se encontraba perdida.
Poco a poco descubrió que el sonido de su propio nombre era la fuente del poder de todas las palabras.
—Si puedo llamarme cuando quiera, mi propia voz siempre impedirá que me pierda cuando mi pensamiento viaje muy lejos y con tantas palabras que no pueda ver mi nombre o que ante tantos cambios de tamaño, color, forma y trabajo ya no me reconozca a mí misma.
Amanay sabe ahora que mientras no olvide quién es puede jugar con las palabras sin temor a extraviarse en su propia imaginación.
©Luis Carvajal, julio 1985

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