miércoles, 13 de agosto de 2025

EL CABALLO DE MADERA, por José Ra. Peña

 

Coronel Charles McLaughlin

«Bien» era el nombre con el que llamábamos a mi tío Bienvenido. Era tallista, pero más que eso era un excelente escultor, tenía un arte nato para esculpir cualquier figura en madera: mujeres, hombres, grupos de personas, animales, en fin, lo que fuese, con una facilidad increíble y una reproducción fiel del modelo. Decían que era el Miguel Ángel criollo. Para mí eso era bien acertado, pues lo vi haciendo trabajos de talla en muchísimas ocasiones que eran obras maestras, según mi apreciación de ese entonces; y, además, había nacido el mismo día que el escultor florentino: un 6 de marzo.

Esa mañana de agosto, había salido bien temprano de una casa ubicada en la avenida Bartolomé Colón, propiedad de la familia de su esposa, herencia de sus padres. Era una casa de madera con un patio enorme con cuarterías en uno de los laterales. El día anterior, antes de caer la tarde, había recibido un mensaje de parte del coronel Charles McLaughlin, padre de Alma, la esposa del general Héctor (Negro) Trujillo, para que llegara temprano, antes de las 7:00 am de ese día, a su casa, situada en la calle Dr. Delgado, esquina Cachimán, cerca de la iglesia Don Bosco y a 15 minutos a pie de la vivienda de Bienvenido. La casa era enorme, tenía una piscina y una gran terraza. Precisamente allí le esperaba el coronel. Luego del saludo respetuoso del tallista, el coronel le dijo:

—Maestro, quiero que vea esto —al tiempo que retiraba una especie de lona blanca, y mostraba un enorme tronco de caoba centenaria de más de dos metros de altura y casi 1.30 metros de diámetro. Era una de esas incautaciones de madera que hacían los guardias a los monteros en las lomas dominicanas. Se necesitó de muchos hombres para cargar y colocar esa mole allí. El coronel añadió:

—El jefe cumple años el 24 de octubre y quiero hacerle un regalo, ¿usted puede esculpir un caballo del tamaño de uno de verdad? Tenemos casi dos meses para ello ¿qué me dice?

El maestro, miró el enorme tronco desde todos los ángulos posibles, lo tocó por diferentes partes, deslizó sus manos por un lateral del tronco que acusaba una ligera curvatura o inclinación hacia ese lado. No era un cilindro perfecto, tenía irregularidades, como todo lo que crece en la naturaleza, y una especie de cicatriz circular, fruto de un antiguo corte en la superficie y casi a mitad de su altura.

—Para que sea de tamaño natural, debo hacerlo encabritado, de otra manera habría que hacerlo a escala y más pequeño.

—Hágalo encabritado—, dijo el coronel. ¿En cuánto tiempo lo termina? —El maestro volvió a mirar la pieza y dijo:

—Si comienzo hoy puedo terminarlo antes de 50 días.

El coronel asintió, acordaron un pago y ese mismo día Bienvenido selló su suerte.

El maestro llevó sus herramientas de trabajo, constituidas por escoplos de diferentes medidas, gubias, varias escofinas y limas, tres hachuelas, un hacha grande, un mazo de madera que había hecho de una traviesa de una vieja línea de ferrocarril en Sánchez. También varios lápices de carbón y un manojo de papel de estraza para dibujar. Usaba pantalón color kaki, con las puntas de los ruedos dentro de las medias de los zapatos, pues usaba una bicicleta de canasto para llevar sus herramientas.

Se sentó en una silla o taburete de metal y frente a una mesa grande de madera que estaba en el salón, comenzó a dibujar los bocetos de un brioso caballo encabritado. Luego de muchos dibujos, optó por el que consideró idóneo a la forma de la mole de Caoba. Colocó el boceto elegido en el suelo y comenzó a darle forma al tronco, devastando grandes porciones, primero con el hacha y luego con las hachuelas, hasta llevarlo a una forma aproximada de lo que sería la base para luego pasar al uso de herramientas más delicadas, como los escoplos y las gubias. Llegó al final de ese primer día y así siguieron repitiéndose los demás, usando los escoplos, las gubias, escofinas y limas. La forma difusa de la mole iba cambiando; cada día se parecía más al boceto elegido. Todos los días tallaba, esculpía y al final recogía las virutas, dejando el lugar como si nadie hubiese estado allí.

Luego de 45 días de trabajo, dio los retoques finales; había hecho una obra maestra. De la mole inicial había brotado, fruto de las manos y la destreza del maestro, un brioso caballo alazán con las patas levantadas al aire, empinado en las traseras; con la crin al vuelo y la cola majestuosa. Parecía tener vida. Bruñó la superficie del caballo con un tinte transparente que había perfeccionado desde niño cuando aprendió el oficio con su hermano Federico y dejó la obra lista para el escrutinio del Coronel. Este quedó maravillado con el resultado y le dijo al maestro:

—Ponle esta cubierta y escóndete detrás de ese gran mueble, que el jefe está aquí en la sala y quiero enseñarle el caballo.

Bienvenido se escondió detrás del mueble, justo a tiempo, pues oyó pasos fuertes y sonidos de botas militares acercándose.

—Mire Generalísimo, este regalo es para usted —escuchó las palabras del coronel y el sonido cortante que produjo el retiro de la pieza de tela que cubría al caballo.

—¡Coño y esta vaina! ¿Quién hizo esto?, —oyó la voz firme y enérgica del Generalísimo Trujillo y antes de escuchar las siguientes palabras, entró en pánico. Un profundo temor y pesar se apoderaron de él. No pudiendo contener el miedo, se le aflojaron las piernas, se sentó en el piso y se cagó en los pantalones.

—¡Esto es una obra maestra! Parece que está vivo ¿Quién hizo este caballo?, —repitió Trujillo.

—Maestro, salga que el jefe quiere conocerlo —Bienvenido, a duras penas se levantó, se quedó detrás del mueble y saludó.

—¿Y usted tan joven fue quien hizo esta obra de arte?

—Sí, su excelencia —apenas pudo balbucear.

—Págale el triple de lo que acordaste con él y envíame el caballo a casa de doña Julia. Gracias Charles, es un regalo magnífico —y se fue con su escolta dejando solo en el salón al coronel y al maestro.

El coronel le pagó el triple de lo acordado y al retirarse le preguntó:

—Maestro ¿no siente un olor a mierda? —Bien, rápidamente respondió:

—Tengo gripe desde hace varios días y no percibo ningún olor, pero mande a revisar al caballo… —y se marchó en su bicicleta con la cartera y las piernas repletas.

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Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina y su hermano General Héctor Bienvenido Trujillo Molina “Negro” es la sazón de presidente de la República Dominicana.

Se nota la banda presidencial sobre Héctor B Trujillo quien fue presidente de la República entre El 16 de Agosto 1952 - 1960

Aunque es poco conocido, Héctor B. Trujillo era llamado de apodo “Negro” por su téz oscura en comparación con los demás hermanos, desde los 18 años se enlistó en las filas del ejército y llegó a obstentar el rango de Generalísimo.

Se casó con doña Alma McLaughlin quien era hija del Coronel Piloto Charles McLaughlin quien vino al país en el 1915 con los Marines Americano durante la invasión y fue el primer administrador de Dominicana de Aviación, doña Alma McLaughlin aún vive aquí en esta capital.

Héctor Bienvenido Trujillo Murió en Octubre del 2002 en la ciudad de Miami a sus 94 años.

#Historiatrujillista.
#Eljefevive.

EL CABALLO DE MADERA, por José Ra. Peña

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