viernes, 4 de octubre de 2019

LAS MANCHAS DE LA LUNA



En aquel grupo indígena la vida transcurría tranquila. Cada quien hacía su parte para el bienestar colectivo, y nadie tenía motivos para quejarse. En el día mientras las mujeres preparaban el cazabí, unos hombres cazaban, y otros pescaban.

Ceramí y su hermano compartían el bohío. La muchacha era vivaz y todos la admiraban; el hermano era tímido y miedoso, y por su carácter retraído, no tenía otros amigos en el caserío, salvo aquellos con quienes se juntaba para ir de pesca.

En los atardeceres, un colibrí se presentaba siempre, invariablemente a la misma hora y les servía de único entretenimiento, antes de que cayera la noche.

Y hablan muchas cosas y reían mil veces con las mil gracias del colibrí.

En la noche, la gente se recogía temprano en los bohíos.

Una vez, mientras todos dormían y el silencio era general, un hombre enamorado de Ceramí la visitó en su hamaca. Ella gritó, y el intruso salió precipitado.

El hermano corrió tras él, pero ya era tarde: el desconocido había escapado en la oscuridad.

En la mañana, Ceramí observó a los hombres; mas su corazón no le dijo si alguno era el culpable. El cacique se sintió indignado, y ordenó investigar. El sacerdote dijo que podía tratarse de un dios aventurero.

A la noche siguiente, la muchacha se hizo el propósito de no dormir, aunque el bohío estaba bien cerrado y su hermano vigilaba; pero ¿no estaba cerrado el bohío la noche anterior? De la vigilancia del hermano no se fiaba demasiado, pues sabía lo dormilón que era. Así, despierta permaneció unas horas, pero sin darse cuenta, cerró los ojos y se quedó dormida.

Rato después el visitante llegó silencioso. Ceramí despertó y quiso gritar, pero se contuvo. Tenía una idea: buscaría la manera de descubrir al atrevido.

Cuando amaneció, volvió a observar a los hombres de la aldea, pero su corazón tampoco hoy le indicaba quién era el culpable.

Al atardecer, como siempre, llegó zumbando el colibrí.

—¿Cómo halló hoy la mar el diestro pescador?

—Azul, azul— contestó el hermano de Ceramí.

—¿Y qué pasa con la más bella de esta tierra, que hoy luce tan diferente? —preguntó a Ceramí.

—Nada… nada—, contestó Ceramí, y agregó mansa:

—Pienso en las estrellas, tan solitas y distantes.

—Entonces —dijo el colibrí —¡A volar al cielo, para traerle una! —y se fue volando feliz, como todas las tardes.

En verdad, el pensamiento de Ceramí era otro. Había ideado ya cómo descubrir al visitante nocturno.

Ceramí habló poco ese día. cuando el sol se retiró, la muchacha preparó en su cazuela de baro cocido una mezcla de hollín y jugo de jagua, y ocultó la vasija cerca de su hamaca.

Era ya noche cerrada y tiempo de descansar. A Ceramí no le importaba ya si se dormía o se quedaba despierta. El plan marcharía de cualquier modo. En el otro compartimiento del bohío, el hermano estaba en el fondo el sueño, a juzgar por los ronquidos que se escuchaban.

Ceramí sonrió tranquila y se encogió de hombros: no iba a necesitar al dormilón. De pronto, Ceramí sintió pasos que se acercaban. Era el extraño que llegaba. Tomó la cazuela que contenía la mezcla, y cuando el hombre se acercó, le ensució la cara. El extraño, asustado, escapó.

Había amanecido. Ceramí se levantó llena de curiosidad. Lo primero que hizo fue ir al lecho de su hermano a contarle lo sucedido, y así, juntos, buscar al culpable.

Pero el hermano ya se había ido al mar con los pescadores. Entonces decidió ella sola buscar al hombre con la cara manchada.

Buscó entre los cazadores, que habían regresado al poblado. Ninguno tenía la cara manchada de hollín y jagua.

Faltaba revisar a los pescadores. Cuando llegaron, la muchacha corrió hacia ellos. Uno a uno los fue viendo. Ellos la miraban sorprendidos. Los pescadores terminaron de pasar ante sus ojos, y nada. Con desaliento, Ceramí se dispuso a volver a su choza, y entonces notó que aun faltaba un pescador. Venía solo, con su sarta de peces frescos. Y, al tenerlo enfrente, lo reconoció.

—¡Tú!... ¡Mi hermano!

Ceramí sintió que el mundo se oscurecía y le caía encima. Las demás del caserío la recogieron desmayada, mientras el hermano echaba a correr.

Al reanimarla con aroma de flores, Ceramí contó lo que había sucedido. El hermano siguió corriendo y corriendo hasta llegar al borde del peñasco, y sin detenerse siquiera un instante, se lanzó al vacío.

Cuando estaba a punto de estrellarse, quedó suspendido en el aire, y una fuerza extraña lo hizo subir y subir con lentitud. El colibrí, que sin saber lo que pasaba había seguido al muchacho hasta el peñasco, lo vio elevarse y vio también cómo la luz del sol muriente lo tornaba de un color plateado que le hacía resplandecer, mientras seguía elevándose y elevándose

Cuando lo hubo perdido de vista, y sabiendo que por más alto que volara no podría alcanzarle, el colibrí corrió a la aldea de indios a contar lo que vieron sus ojos.

Más tarde, cuando la noche entró de lleno, hombres y mujeres y niños vieron la luna que alumbraba por primera vez. Supieron entonces que era el hermano de Ceramí que paseaba su cara manchada de hollín y jagua.

Y así, la luna, por la falta cometida, quedó condenada a dar vueltas y vueltas alrededor de la tierra, enseñando cada cierto tiempo su cara manchada.


LAS MANCHAS DE LA LUNA

Leyenda caribe recogida en la isla Guadalupe por R. Bretón, citada por José Juan Arrom en su libro Mitología y Artes Prehispánicas de las Antillas. (Siglo XXI editores, 1975).

Los caribes ocupaban Las Antillas Menores, la ribera oriental de Centroamérica y parte del litoral norte de América del Sur, desde el Darién, hasta el delta del Orinoco.

De espíritu guerrero, nómada agresivo, fueron anónimos enemigos de los conquistadores. Hacían frecuentes incursiones a las costas norte y noroeste de la isla de Santo Domingo para capturar aruacos y sobre todo, mujeres.

El mar de la Antillas ha sido bautizado con su nombre: Mar Caribe.


El autor de esta versión, es William Darío Mejía, profesor, escritor y cuentista. Nació en San José de Ocoa. República Dominicana, en 1950. Ha ganado premios literarios y publicado su primer volumen de cuentos El taladro del Tiempo, Editora Taller, 1984

Programa de Coedición Latinoamericana de Libros para Niños, promovido por el Centro Regional para el Fomento del Libro de América Latina y el Caribe, CERLALC.

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