Ilustración: Adrianny Almonte |
Enrique llegó con Galia. Detrás, como la cúspide de una pirámide, estaba Miriam con su cabello niquelado y su mirada profunda. Los tres se situaron en diferentes puntos cardinales y colocaron sus manos en triángulo sobre la gran montaña.
La misión debía realizarse en sólo tres mágicos días y no había tiempo que perder. Afianzaron sus calzados intergalácticos, uno en la tierra, otra en la arena y la tercera en el caliche. De rojo, blanco y dorado se tiñeron. Un viento de cordillera bailoteaba con la brisa de la costa mientras un aire fresco -que transportaba pájaros desvelados, azules, como búhos y caracolas con inscripciones-, envolvía en espiral el encuentro.
Galia sonrió amistosa a las plantas nativas. Éstas le devolvieron la sonrisa y empezaron a desprender sus hojas para llenar el álbum por sus formas: acorazonadas, asaetadas, cuneiformes, flabeladas, ovales, panderiformes; o por sus bordes: aserradas, dentadas, laceradas, sinuadas... Galia recogió tantas, que casi no cabían en su recipiente microscópico. Eran muestras científicas de la diversidad de aquel planeta.
Enrique sacó entonces de un talego encantado, todo el abecedario desde el tiempo de los babilonios. Letras esparció sonriendo sobre los aires y las tres clases de brisas las acunaron para depositarlas en el seno de la Rosa de los Vientos. Él empezó a contar con su voz adormecedora el origen de las cosas, los humanos y los animales, planteando la cuestión de la pensión de las Hadas y las fórmulas para encontrarse un amigo, entre brujas, gatos y relatos.
Miriam, sonriendo apenas con mirada de diosa, puso sus dedos en "V", de "victoria", derramando su bendición sobre el fuego, el viento, la tierra y el agua, logrando abrir una puerta de helio que sólo se sujetaba por la blancura de dos ovejas tiernas. Aprovechó colores, texturas, imágenes, recuerdos... y plasmó en un rectángulo los mundos paralelos.
Un grupo de maestras, madres, padres y palabreros los asedió pidiendo el secreto de la creatividad, la clave de la esperanza, la fórmula del futuro, la técnica del mejoramiento... Pero Enrique pidió que fueran los niños y las niñas los que hablaran. Éstos subieron hasta la cima de la montaña y empezaron a jugar sin darle mayor importancia a la discusión.
Entonces dos hojas acorazonadas se salieron del álbum de Galia para mostrar los frutos de un huerto recién sembrado. Cuando estaban en él, se desató un ciclón caribeño. Ninguno sintió miedo. Sólo hubo un torbellino de libros, librotes y libritos que volaban traviesos.
Abrazados entre sí se protegieron guardando los objetos de la misión secreta.
Una tortuga enorme se desprendió del cielo. Adquirió el color de la montaña y con su piel de archivo dijo que sí y que no salvando a los pequeños.
Un árbol de amapola se doblegó bermejo para hacer desistir al ciclón de su intento.
Un coral de tres picos tocó con su rosado la frente de los argonautas y de inmediato, un aura de agua marina los envolvió celeste.
Una palma antillana giró sus pencas reverdecidas y sopló el vendaval con sus aspas, ordenando los libros en variadas columnas por temas, intenciones y aciertos.
Enrique entonces habló:
—Nadie puede dar lo que no tiene dentro. Todos deben amar para que amar sea el verbo que se multiplique en cada brote tierno. Tenemos un gran potencial en nuestra esencia. Es puro y bello. Obsérvenlo y vuelvan a ser niños, como los niños que quieren guiar y dirigir. Aprecien su interior y la imaginación será espontánea. Lo importante es hacerlo poniendo el corazón.
Miriam continuó:
—Dejen que la curiosidad haga su parte. Serán creativos los que en sus mentes tengan preguntas por contestar. No todo es verdad. Pero en cada cosa hay un poquito de verdad y cada uno ha de buscar la suya.
Galia concluyó:
—Todos necesitamos vencer obstáculos. Hay que trazarse metas y triunfar sobre los retos que desafíen nuestro pensar.
Entonces los niños levantaron a la tortuga. Bajaron de la montaña y tomaron a los maestros, padres y creatas de las manos poniéndolos frente al sol para enseñarles a meditar; a encontrar imágenes interiores y a respirar profundamente la virtud y belleza del Ser original.
Tres días mágicos volaron hacia el pasado. Enrique salió primero. Galia, segunda. Miriam dejó una sonrisa sobre aquella tierra y partieron hacia el Cosmos Norte.
Dos hojitas acorazonadas decían adiós suavemente. Sobre la arena, quedaron dibujadas las palabras del triángulo: mente, cuerpo y espíritu.
El horizonte se integró al borde del mundo. Amplio, luminoso e infinito.
Fin
Por Leibi Ng Báez
Este cuento es un homenaje a Enrique Pérez Díaz, su esposa Galia Chang y la ilustradora Miriam Giménez de Cuba
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