lunes, 18 de junio de 2018

Los Quinquilibrillos, por: Belié Beltrán (@Jeltran)


Había una vez y dos son tres, que el que no compraba azúcar no bebía café.
Este era un hombre muy pobre, muy pobre, muy pobre. El hombre era tan pobre que aunque dormía encuero no le picaban los mosquitos porque les daba pena chuparle la sangre. El hombre tenía un hijo. Así como tú, quizá un chin más grande, como de diez años.
El muchacho y su papá vivían juntos. Comían de lo que hallaban en los montes. Y a veces un compadre les daba algo, aunque no mucho.
El compadre era muy rico. Siempre hablaba de todas las cabezas de vaca y puercos y chivos que tenía. Le decía al hombre que tenía tanta tierra que a veces se le cansaban los ojos de mirar tan lejos.
El compadre quería que el hombre le dejara llevarse a su ahijado a vivir con él. Pero el hombre siempre se negaba.
—Compadre, es que ese es mi muchachito. Yo le prometí a su mamá que siempre lo iba a cuidar. —Decía.
El compadre siempre volvía. Contaba las mismas cosas:
—Compadre, mi mujer y yo no tenemos hijos. Usted no puede darle nada. Mire que flaco está ese muchacho de pasar hambre. Conmigo él va a estar mejor. Y un día todo lo mío va a ser suyo. ¿Es que usted no quiere lo mejor para su hijo?
En fin, que tanto embromó y embromó el compadre rico, que el pobre, un día aceptó entregarle al hijo.
Así es que el compadre rico montó el muchacho con él en el caballo y se lo llevó a vivir a su casa.
—Ahijado ¿tú ves esas vacas allá lejos? Todo eso es mío —decía, y más adelante: —¿tú ves esa recua de chivos que van para el río allá lejos? Todo eso es mío.
Y mientras el ahijado no decía nada, continuaba:
—Ahijado ¿tú ves ese monte de cacao allá donde se pierden los ojos? Todo eso es mío.
El muchacho respondía que sí a todo. Luego bajaba la cabeza muy triste.
Al principio todo iba bien. El padrino no le hacía mucho caso al ahijado. Pero el muchacho no se quejaba. Pero un día:
—¡Ahijado, ven acá! ¡Corre, juye! —lo llamó con escándalo. El muchacho, muy preocupado, corrió:
—¡Dígame, padrino! —el padrino señaló algo en el suelo y le preguntó:
—Ahijado ¿qué es eso?
—Esos son unos zapatos —contestó muy sorprendido por la pregunta.
El padrino se enojó muchísimo. Y lo insultó:
—Yo sabía que mi compadre te tenía bruto —bramó —pero no sabía que era tanto. Eso no se llama zapato, se llama “Quinquilibrillo”.
El muchacho no dijo nada. No le gustó lo que le dijo el padrino, pero se quedó tranquilo.
Al día siguiente estaban haciendo unos trabajos en la casa. El niño miraba a los trabajadores y les pasaba martillos y clavos. En eso estaba cuando el padrino lo llamó
—¡Ahijado corre, corre, juye, ven acá!
Otra vez el muchacho fue corriendo adonde el padrino. Y esta vez no le tomó de sorpresa la pregunta:
—¿Qué es eso? —preguntó señalando a una escalera. El niño se quedó callado un rato.
—¡Conteste cuando yo le hable! —Lo golpeó. El muchacho exclamó:
—¡Es una escalera! —Y ahí sí fue. Parecía que al padrino le mentaran la madre.
—¡Pero muchacho, tú sí eres bruto! ¡Qué vergüenza debería darte! ¡Eso no se llama escalera! Se llama “Suba Los Pasos Completos”—El pobre muchacho se quedaba callado, aguantando. La mujer del padrino trataba de consolarlo, pero no podía hacer gran cosa.
Al día siguiente el muchacho estaba con los trabajadores. En eso llega el padrino del monte, se queda viéndolo y le dice:
—Ahijado, ¿qué es eso? —el muchacho se puso como un papel, pero una pescozada del padrino lo hizo ponerse colorado.
—Eso es una casa, padrino —gritó. El padrino se enfureció. Se quitó la correa y le entró a correazos:
—¡Eso no se llama casa, animal, eso se llama “vitoco” —uno, tituá, dos, tituá, tres tituá, cincuenta correazos. Esa noche la madrina tuvo que ponerle Ubrenal y sebo de Flandes por todas partes.
El padrino tenía un gato. Ese gato era la niña de sus ojos. Lo quería casi más que a su mujer. Si él comía, el último bocaíto de comida era para el gato. Si se estaba bebiendo el café en la tarde, lo hacía pasándole la mano al gato.
—Ahijado, ¿qué animal es ese? —preguntó acariciando al gato. —El muchacho se quedó callado. Miró para todas partes. Parecía un ratón cuando lo van a atrapar:
—Padrino… es que usted me va a dar —dijo mirando al suelo. El padrino se puso de pie, agarró un fuete de arrear las vacas.
—No te lo voy a repetir —lo amenazó.
—Eso… eso es… ¡Padrino es que usted me va a dar! —decía. En eso el padrino le metió un fuetazo en la cara.
—¡Tan malcriado! ¿Qué animal es ese? —gritaba.
—¡Eso es un gato! —contestó desesperado.
El padrino lo insultó peor que las otras veces. Y mientras lo golpeaba una y otra vez, fuipi, fuipi fuipi, con el fuete, le decía:
—Yo te voy a decir gato a ti, tan bruto. Eso se llama “Animal Caspa La Raya”.
Así fueron pasando lecciones y castigos. La candela se llamaba Clemencia y el agua Paciencia. Y cada cosa el muchacho la aprendió a golpes y a ratos hincado al sol con piedras en las manos. Hasta que un día se dijo: “No se apure. Yo le voy a decir a usted por abusador”.
La casa del padrino estaba techada de yagua y cana. Era una casa muy grande, con piso de madera y con paredes echas de tablones. Así como eran las casas antes.
Una noche el muchacho se levantó de madrugada. Hizo como si fuera a salir a orinar al patio. Y solo se repetía: “No se apure, no se apure”.
Agarró al gato. Le echó gasolina y lo prendió.
El gato hizo ¡Sópete, para encima de la casa! Chillaba que se oía de aquí al río. Y ya ustedes saben, ese gato revolcándose en el techo de la casa, prendido en candela.
El muchacho subió a una mata de guayaba y cuando ya la casa se estaba quemando bien, comenzó a gritar:
—¡Padrino, padrino! ¡Póngase los quinquilibrillos, suba los pasos completos que el animal caspa la raya está prendido en clemencia y si no corre con paciencia se le quemará el vitoco!
El padrino se despertó con los gritos del ahijado cuando ya estaba rodeado de candela por todas partes. Y sin entender lo que le gritaba el muchacho, empezó a vocear:
—¡Agua, ahijado! ¡Agua, ahijado!
—¡Paciencia, padrino! ¡Paciencia! —contestaba él.
—¡Agua, ahijado! ¡Agua, ahijado!
—¡Paciencia, padrino! ¡Paciencia!
Esa mañana el muchacho se fue corriendo a buscar a su papá. Lo encontró en la casita en la que vivía antes. Y se abrazaron. Y se quedaron juntos. Y estaban contentísimos y a mí me dejaron aquí contando el cuento. FIN


Publicado originalmente en:
http://z101digital.com/articulos/uno-de-los-cuentos-que-me-contaba-mi-papa-06-06-2018
Por: Belié Beltrán (@Jeltran), licenciado por PUCMM y mágister por APEC en comunicación corporativa. Es autor de los libros “Pardavelito” (cuento) y “Crónicas a la Colmena” (poesía). Fue traducido al alemán por el Goethe Institut y ha ganado varios premios de poesía y cuento.

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A continuación, la nota original del autor:

"Todas las noches mi papá utilizaba el mismo método para entretenernos hasta que llegara la luz. Nos sentaba a los tres hermanos en sus piernas e iniciaba un cuento que con certeza acabaría encadenándose a otro.

El repertorio tenía un límite. Pero este quedaba oculto entre las combinaciones que mi papá hacía entre historia e historia.

Los cuentos eran una mezcla de narraciones tradicionales que aprendió de sus padres, anécdotas, leyendas de camino y cuanto insumo pudiera meter en el saco.

Solo parecía haber una regla inviolable: el marco de un cuento no podía competir con el marco de otro.

Es decir, si narraba las vivencias de Juan Busca Fiesta, no podía atribuirle a él las hazañas de Pedro Animal. Eso no impedía que en algún momento de la noche, digamos que a una hora de distancia entre el final del cuento y la venida de la luz, Juan Bobo y Gutino se encontraran en algún camino real.

Les contaré uno de los cuentos que más me gustaron desde siempre. Bueno, si no me hubiera olvidado del de los bollos mocatos y el aguacate.

Este es el cuento de los “Quinquilibrillos”. Ojalá consiga captar el aire que papi le daba a este cuento.

Nota: Si pudiera hablaría de cómo en los cuentos folclóricos y leyendas contemporáneas hemos ido hilando una especie de espejo de la narrativa cotidiana que vivimos. Y ni hablar de códigos éticos.

Nota 2: Empecé estas líneas para perorar sobre cómo poco a poco hemos perdido la capacidad de aceptación de situaciones que en las historias solo pretendían entretener, ser. Ahora lo hacemos para leer y deconstruir desde las miradas de lo políticamente correcto.

Nota 3: Esto no es un cirio ante la nostalgia. Es un cuento que papi me contaba y que posiblemente es la mejor historia que me contó, si no contara con el de los tres bollos mocatos.


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