Chiqui Vicioso |
Paulo Freire, educador brasilero, cuyo centenario conmemoramos este año, y con quien tuve el privilegio de trabajar en Guinea Bissau en 1977, siempre nos decía que era mucho mejor que un analfabeto, o analfabeta permaneciera iletrado/a, a que lo alfabetizaran mal y perdiera todo interés en la lecto-escritura.
Lo mismo se aplica a la infancia. Es mejor que la niñez no lea ningún libro, a que el libro que le llegue a las manos sea un mal libro, no le encante, enamore, ni convenza de que ha encontrado la llave para múltiples mundos donde navegar, volar, o transportarse cuando esta solo consigo mismo, o con adultos, siempre demasiado ocupados con “temas importantes” para prestarles la atención debida.
Y, así como vacunamos a la infancia para que sobreviva físicamente; igual atención requiere su desarrollo emocional, e intelectual, el cual va de la mano de la lectura.
Mi madre siempre me ponía a leer, además en voz alta para que mejorara la pronunciación. Hasta hoy me deslumbra Julio Verne, y su viaje al fondo de la tierra me dejó insomne por varios días. Lo recordé mucho cuando subí a un globo en Villa Borghese, y pude ver Roma y el Vaticano desde muy alto, tan alto que sentía que estaba muy cerca de Dios.
Por eso debería ser un crimen de lesa patria incluir en el currículo escolar libros cuya eficacia no este comprobada, no ya por un grupo de expertos, sino por círculos de lectura donde la reacción de los niños y niñas, de los adolescentes, sea la mejor carta de validación.
Para ello hay que seleccionar un grupo de autores y autoras que nos maravillen, entre ellos la puertoplateña Johanna Goede y sus cuentos infantiles, alarde de ingenio donde esta conjuga sus conocimientos de la biología, la física y del mundo animal para contarnos la historia del 1J4, de Luperón y otros adalides.
Johanna Goedes |
O poseer el conocimiento de Emelda Ramos de los trillos y leyendas de su natal Salcedo; o los cuentos de Leibi NG, Lucia Amelia, Leonor Grimaldi, Ruth Emeterio y otros cultores y cultoras de ese género tan maravilloso que es la literatura infantil, donde Carmen Natalia Martínez Bonilla, poeta petromacorisana, tiene un bellísimo repertorio de obras de teatro para la infancia.
De América Latina y El Caribe hay que leer a Gabriela Mistral y su manual de lectura para muchachas; y a José Martí y su Edad de Oro, el mejor tributo de un padre amoroso para su niño.
José Martí |
No tomemos los libros para la infancia a la ligera. No los salcochemos. No los contaminemos. Seamos niños y niñas otra vez y subámonos a la nave espacial del Principito.
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