miércoles, 21 de abril de 2021

CHINCHILÍN, un cuento dominicano por Cipriano Álvarez, abril 1993


Hace muchos, pero muchos años existía una pequeña ciudad llama Pureza. Esta, situada en un arbolado valle no muy lejos del mar, era la admiración de cuantos le visitaban, pues en ella reinaba el orden, la limpieza, el buen comportamiento de sus habitantes y el cuidado que todos profesaban para que su flora y su fauna no sufrieran deterioro.

La armonía era tal que personas y animales intercambiaban frecuente comunicación, algo incomprensible para ciudadanos de otros pueblos; así mismo, los árboles parecían responder al esmero con que niños y adultos les trataban, y en su batir de hojas simulaban aplausos cuando la gente caminaba en medio de la frondosa vegetación.

El centro del pueblo era también el centro de reunión de los vecinos, ya que en ese lugar estaba ubicado el arbolado parque de Pureza y en él todas las tardes se recreaban sus felices habitantes, disfrutando del verdor y la frescura los mayores y de las instalaciones deportivas los jóvenes. Para los niños era costumbre ir todas las tardes, después de hacer las tareas escolares, a gozar en sus diversiones preferidas, mientras padres y abuelos los contemplaban complacidos al verlos practicar juegos que les recordaban su niñez, como el gato y el ratón, Juan periquito, el trúcamelo, a la rueda rueda, al topao, el pañuelo, y otros, algunos inventados por ellos mismos, que para hacer más placenteros acompañaban de canciones entonadas a coro.

Se hizo costumbre que día tras día, en medio de saltos y correrías de la chiquillada, llegara misteriosamente un señor de tez negra cargado de frutas, las cuales repartía mientras bailaba extendiendo sus brazos y los niños respondían al obsequio palmoteando alegremente mientras decían:

–¡Te queremos, Chinchilín! ¡Te queremos, Chinchilín!

¿De dónde procedía Chinchilín? La gente no lo sabía ni lo preguntaba, pero el personaje se hizo tan popular que ya todos en el pueblo lo conocían y, aunque no acostumbraba visitar las residencias de la ciudad, era muy querido en los hogares. Por eso causó preocupación en todos notar que durante tres días no se le había visto en el parque.

¿Qué habrá pasado a Chinchilín? Se preguntaban Pero nadie podía responder, y pero aún, no sabían cómo averiguarlo, pues no se conocía el lugar exacto de su morada.

Todos esperaron ansiosos un día más, y al, y al no hacer su aparición los niños decidieron buscar por su cuenta al buen “viejo prieto”, como también le llamaban. Fue así como, después de una “junta infantil”, Tony y Carlitos fueron encargados para indagar acerca de su paradero. Eran las dos de la tarde cuando salieron a cumplir su misión.


–Yo lo he visto llegar por este lado –dijo Tony, señalando una boscosa colina hacia el norte.

–Pues por ahí iniciaremos su búsqueda –indicó Carlitos mientras se disponían a emprender la marcha.

Los niños empezaron camina, camina, camina… Hasta que desaparecieron de la vista del grupo de compañeros que permanecían en el parque, sin deseos de jugar hasta saber el destino de sus amigos.

Caminaban bajo la sombra de los árboles frutales, y el lugar era tan admirable que por un momento se olvidaron del objetivo de su viaje. Naranjos por aquí, cerezos por allí, mangos por allá, granados, limoncillos; todos los protegían del sol ardiente mientras a derecha e izquierda los arbustos florecidos se enredaban entre sí, ofreciendo a la vista el panorama de una belleza maravillosa.

Más adelante descubrieron un riachuelo de aguas transparentes que describía un sinuoso trayecto, estrecho y pedregoso, con charcos poco profundos.

–¿Nos bañamos? —preguntó Tony, con ansiosa emoción.

–¡Me gustaría! –le contestó Carlitos, pero recuerda que nuestros padres nos han prohibido hacerlo si no andamos acompañados de personas mayores. Además, primero debemos averiguar qué le ha pasado a Chinchilín.

–Tienes razón –contestó su compañero. –Vamos a seguir y preguntaremos a nuestros amigos los animales.

Continuaron su camino y a pocos minutos pasaron por debajo de un roble enorme a cuya sombra, en un suelo alfombrado de blancas flores, rumiaba una vaca, mientras un poco más alejadas otras pacían indiferentes.

Carlitos le preguntó:

–Amiga vaca, ¿usted no ha visto a Chinchilín?

Y la vaca, parando de mascar, respondió:

–Muu-chacho no, muu-chacho no.

Siguieron caminando, caminando, hasta encontrarse con una jabada gallina y al preguntarle por su amigo ésta respondió:

–¡Clo, cloc, cloc, por aquí no!

El gallo que ya había oído la pregunta contestó:

–¡Quiquiriquí, no por aquí! ¡Quiquiriquí, no por aquí!

Los niños ya estaban cansados de tanto caminar, pero no se daban por vencidos hasta averiguar el destino de su amigo.

Habían hablado con el caballo, el burro, el perro, el gato… Hasta que cerca de una enorme piedra, a la entrada del bosque, se encontraron con un hermoso chivo, a quien le dijeron:

–Compadre chivo, nosotros salimos desde temprano en busca de nuestro amigo Chinchilín, a quien no vemos desde hace cuatro días; pensamos que algo malo le ha pasado, pero no sabemos donde encontrarlo. ¿Usted no lo ha visto por aquí?

El cabrío, después de escuchar atentamente, levantó su pata derecha y señalando hacia una escalera de rocas semi oculta por la maleza les contestó:


–Bee por ahí se fue. Bee por ahí se fue.

Los muchachos, comprendiendo el rumbo que debían tomar, se dirigieron alegremente al lugar señaldo. Era la entrada de lo que en tiempo lejano había sido la morada de alguna familia aborigen. Parecía un castillo protegido por murallas de rocas, y en el centro cuevas que de trecho en trecho recibían los reflejos de rayos solares. Los niños exploraban admirados esta arquitectura natural, cuando una voz femenina clamó bruscamente:

–¿Quién anda ahí?

–Somos Tony y Carlitos… Y andamos en busca de Chinchilín.

–¿Para qué lo quieren? –dijo la misma voz.

–Somos sus amigos –repetían los niños hasta que una voz varonil, pero tierna, interrumpió la inquietante conversación.

–Sí, esposa mía, déjalos pasar, en verdad son mis amigos y no los he visto desde hace varios días. Tú sabes que he estado enfermo y no he podido ir al parque.

Entonces, Tony y Carlitos reconocieron a Chinchilín, quien les dijo que su esposa llevaba por nombre Lealtad, y que era una señora buena y cariñosa. Ella les había hablado en tono alterado pensando que se trataba de personas extrañas a la comunidad, ya que Chinchilín y su compañera residían en los límites de Pureza y cerca de allí vivían otras personas que no tenían costumbres tan buenas como los Puritanos.

–Pasen, no tengan miedo —les dijo Lealtad mientras acariciaba la barbilla de Tony y pasaba la mano sobre la cabeza de Carlitos, todo e interés de sosegarlos.

Mientras tanto Chinchilín no cabía de gozo al ver a sus amiguitos. Les mostró su fortificado hogar. En el interior todo estaba primorosamente limpio y ordenado; en el exterior, por un lado, cultivaban un bello jardín. No muy lejos un huerto y árboles frutales, y del otro lado, había un arroyo con pequeños manantiales de donde tomaban los esposo el agua para su consumo.

Los niños, después de descansar, recogieron una amplia variedad de frutas hasta que comprendieron que pronto empezaría a oscurecer.

–¡Nos vamos! –dijo Tony al recordar que todos en Pureza estaban pendientes de su regreso

–Nada de eso! –dijo Chinchilín. Lleven dos canastos con las frutas más hermosas para que las repartan a sus amiguitos.

–¡No podemos! –expresó Carlitos. —Es tarde, y a pie llegaremos de noche y cansados; eso sería motivo de preocupación para nuestros padres y compañeros en el parque.

–¡No se preocupen, muchachos! –manifestó Chinchilín. –Tengo para ustedes un gran secreto, junto a una buena noticia: Yo vuelo como las aves y los llevaré por los aires de regreso al pueblo.

Los niños estaban incrédulos y fue necesario que su amigo les mostrara las alas ocultas debajo de un gran camisón que siempre portaba. Convencidos abordaron los hombros de Chinchilín. Se elevaron después de despedirse de Lealtad y desde las alturas divisaron todo el valle.

Con frecuentes piruetas el hombre-nave simulaba aterrizar para elevarse de nuevo en medio de risas y gritos de alegría de los niños.

–¡Al parque, ya! –dijo Chinchilín al notar lo avanzado de la hora y volando en línea recta y descendente llegaron a la ciudad donde fueron recibidos en medio de asombro y alegría.

Ya en el parque todos querían saber a la vez lo sucedido a los niños y al hombre volador. al trío le resultaba difícil narrar sus aventuras, pero lo más importante para todos era contar con el feliz regreso de Tony y Carlitos, y con la presencia del personaje más popular de la ciudad. El júbilo se apoderó de todos y no hubo más palabras que el coro unánime de:

–¡Te queremos, Chinchilín! ¡Te queremos, Chinchilín!

Chinchilín regresó a su refugio seguro de que tarde tras tarde retornaría a su pueblo querido.

FIN

Fue impreso en EDITORIAL TRADICIÓN, Calle Las Carreras, 158, Ens. Lugo, Apartado Postal 351, Santo Domingo, República Dominicana.

Como el dibujo de Yodari Espinal Álvarez pone "abril, 1993", podemos pensar que ese fue el año de su impresión.

DATOS:

El Chinchilín

Del libro "Aves de la República Dominicana", de la utora Annabelle Sockton de Dod, transcribimos a continuación lo siguiente:

El Chinchilín es muy común y bien conocido porque se encuentra en todas partes donde hay campos verdes y abiertos. Todavía se encuentra cerca de la capital. Tiene 25 a 30 centímetros de largo, de color negro con un lustre violeta y azul. El ojo es amarillo pálido y la cola larga tiene forma de una V. La hembra es similar, pero es un poco más pequeña y menos lustrosa.

El Chinchilín es omnívoro, come de todo. Come insectos que encuentra en el suelo, usando su pico puntiagudo para atraparlos; come frutas, semillas y granos. Tiene una adaptación que le ayuda en cuanto a la comida de frutas y semillas. Tiene un sistema de músculos fuertes en la mandíbula y una quilla en la mandíbula de arriba que le permite hasta abrir granos.

El Chinchilín es gregario. Vive en bandadas; reposa y anida en colonias. La poligamia es practicada a veces, especialmente en los años en que hay más hembras que machos. Su nido se hace en forma de una copa, situado en árboles o palmas altas. Pone de 3 a 5 huevos teñidos de azul. Los pichones están listos para salir del nido en 23 días. La incubación es siempre trabajo de la hembra, mientras que el macho guarda el sitio del nido.

Una vez encontramos el nido de un Chinchilín por encima de un nido de Cigüitas palmeras. Algunas personas piensan que el ave es un parásito, poniendo sus huevos en el nido de otros, pero no es así. El Chinchilín es un avivato, inteligente, solamente aprovecha el techo de ramitas del condominio de sus vecinos.

El canto del Chinchilín tiene un tono alto y penetrante, como "Jui-jui-jui-jui" y a veces emite varios chirridos. No son melodiosos, pero tampoco desagradables.


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Cipriano Álvarez

El autor del cuento conoció el ave en su campo natal de Yaroa, Puerto Plata. Siendo niño se le encomendaba cuidar los maizales, espantando las negras bandadas para evitar que las mazorcas verdes fueran engullidas por ellos. En 1980 se sorprendió cuando una pequeña plantación del cereal, ubicada en un solar de su propiedad, en el Ensanche Isabelita de Santo Domingo, fuera casi totalmente consumida por los chinchilines.

En relación al cuento, todavía no se explica cuando surgió la idea de vincularlo con el ave. Lo cierto es que lo imaginó mientras cargaba en una mecedora a su primera nieta Yodari; tendría esta unos cuatro años. Junto a Chinchilín le narraba otros inventados por él, pero era éste el que más repetía a requerimiento de su nieta quien le hacía contárselo a cuantos amiguitos ls presentaba. Notó que a todos les agradaba, pro lo cual decidió escribirlo, y ahora se atreve a publicarlo esperanzado en que llegue a la mayoría de niños dominicanos, con el mismo amor que su nieta primera le inspirara.




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