viernes, 4 de mayo de 2018

JUAN BOBO: En una misa me rompieron la camisa


Había una vez un muchacho que se llamaba Juan Pérez, pero era tan tonto que le pusieron por apodo Juan Bobo. Un día su mamá lo mandó al pueblo a vender melao. Ella le dijo que no se lo fiara a nadie, porque necesitaba el dinero de la venta para comprar la comida de la cena. Juan Bobo le aseguró a su mamá que no le fiaría el melao ni siquiera a su abuela.
Cuando Juan Bobo iba ya casi llegando al pueblo se le acercaron muchísimas moscas y se posaron sobre el bidón de melao que cargaba. Al ver las moscas saboreando el melao, Juan Bobo les dijo:
—Miren, señoritas de las faldas negras; mi mamá no quiere que yo fie el melao, porque necesitamos el dinero para comprar la comida de la cena esta noche, así que por favor vayan a buscar su dinero ahora mismo.
Como era de esperarse, las moscas no le hicieron caso a las palabras de Juan Bobo, y siguieron tranquilamente posadas sobre el delicioso melao. Pero el tonto no sabía por qué las moscas no respondían y repitió su orden, esta vez con más autoridad:
—Señoritas, vayan a buscar por lo menos una parte del dinero para que nosotros también podamos comer hoy.
Las moscas siguieron encantadas con el dulce y espeso líquido, y Juan, al ver cómo ellas lo disfrutaban, viró el bidón y regando el melao en el camino les dijo:
—Miren, señoritas de faldas negras, se lo voy a fiar, pero ya saben que me lo tienen que pagar hoy antes de la cena.
Cuando Juan Bobo regresó a su casa y le contó a su mamá lo que había hecho, ella lo regañó mucho. Además Juan Bobo se quedó sin comer ese día por su propia culpa.
A los tres días la mamá de Juan lo llevó a oír misa. Juan Bobo no estaba acostumbrado a visitar la iglesia y al entrar se quedó cerca del Padre que daba la misa, totalmente fascinado con el altar y los monaguillos que ayudaban a en la ceremonia. Al poco rato vio que el sacerdote tenía una mosca posada en la nuca, y, recordando lo que le había ocurrido con las moscas y el melao en días pasados, decidió llamarle la atención a la mosca.
—Oiga, señorita, a ver si me paga el melao que le fie, —le dijo en un tono un poco desafiante.
Pero al ver que la mosca ni contestaba ni le ponía atención, Juan Bobo se puso furioso. Tratando de matar a la mosca, le dio un fuerte pescozón al cura en la nuca.
Inmediatamente llegaron corriendo el sacristán y los monaguillos a ver lo que había ocurrido.
Viendo al sacerdote adolorido y dando gritos en el suelo, le cayeron encima a Juan Bobo. Le dieron una paliza tan grande a este inocente, que no sólo le dolían todos los huesos, sino que además le rompieron la camisa.
Juan Bobo sintió tanto que le rompieran la camisa que recordaba este detalle mucho después de habérsele olvidado el resto de la triste experiencia. Desde entonces cada vez que lo querían llevar a misa, Juan Bobo respondía:
—En una misa me rompieron la camisa.

FIN

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