viernes, 9 de diciembre de 2011

Mi testimonio sin a

A los seres humanos




Los únicos senderos que te unieron conmigo
fueron sencillos y continuos.
Te diré que fui un reptil
que no emitió sonidos y soñó mucho
Mi futuro pudo ser terrorífico o dichoso.
Viví en territorios rocosos y típicos,
secos, espinosos, donde el tiempo devino
entre portones, dedos, quesitos y ruidos
desconocidos.
Fuimos uno, dos o tres.
Fuimos cinco o ciento veintitrés.
Según cómo se nos consumió
o se nos miró. Mi estilo persistió
por milenios. Crecí.
Me reproduje por huevos
que sentí tensos dentro de mi piel estéril
como forro de cuero curtido.


Frecuentemente, en mis excursiones
por el monte infinito
tomé simientes y lirios.
Los sembré. Crecidos
se convirtieron en el muro de mis sueños.
Sobre ese muro siempre verde,
sin rumbo cierto,
oscureció pronto
y se fue mi juventud.
Entonces mi cuerpo reseco de tiempo
no resistió.
Envejecí milenios y pude morir
si no hubiese engullido
esos brotes exquisitos,
higos, nueces, coles y flores.


Todo el tiempo miré el muro.
Luego pisé firme y comprendí
el sentido del temblor
y el estrépito de los cuernos.


Surgieron los tiempos lluviosos
y el muro fue mi refugio.
Dormí por cientos de noches.
En sueños felices desové
y comí cogollos tiernos dentro del muro.


Ninguno prestó interés por el designio
de proteger de tiempo en tiempo
nuestros huevos.
Entonces tuve sed.


Me quedó el sol infinito.


De pronto miré el cielo dulce
y desde mi muro siempre verde
donde soñé vivir en el presente
y en el futuro, te dije adiós.


Por eso el único sendero
que te unió conmigo
se borró en el tiempo,
por siempre.


©Jenny Montero


Del libro Éranse unas criaturas del monte

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