Cada zambullida hacía reventar el agua en torbellinos de
espumas. Triche lloraba. Sus lágrimas se unían a la gran salazón del
mar. Aunque trataba de razonar en medio de su tristeza, las lágrimas
corrían sin control por entre los pliegues de su cara. Hizo ''bembita"
con el labio superior y se vio muy gracioso. Como lo tenía dividido en
dos, podía mover una parte dejando la otra completamente quieta.
Recordó las palabras de su madre:
-"No te alejes de aquí. Las aguas están muy sucias y tengo que
encontrar el camino de las algas y los lirios.”
Allí en la desembocadura del río, las lluvias arrastraban gran
cantidad de lodo y basura: llantas, latas oxidadas, ramas, fundas y
galones plásticos, corrían mar adentro afeando el paisaje y poniendo
en peligro la vida de los habitantes de las aguas.
La mamá de Triche, una señora manatí, grande como un
minibús, (pesaba mil doscientas libras y tenía casi tres metros de
largo), necesitaba ir río arriba para comer su ración de algas y lilas.
Triche, su bebé de un año que ya alcanzaba las 60 libras, todavía se
alimentaba con su leche.
El tiempo pasaba rápidamente, pero la mamá de Triche no
llegaba.
El manatí subió a la superficie para respirar y contempló el
paisaje nuevamente. ¡Nada! Rastros de todo, menos de su madre. Se
sumergió de nuevo y su hocico oscuro y arrugado chocó con la naríz
puntiaguda de un tiburón tan joven como él.
-¿Qué me miras? -preguntó, escondiendo su timidez con un
tono de bravuconería.
-Nada, nada. Nunca había visto un manatí tan cerquita. Una vez,
por la playa, oí a unas niñas cantando: "Ti, ti, manatí..." y cuando le
pregunté a mi papá, me dijo: "¡Manatí! ¡Si te encuentras uno eres
mago, mi hijo!"
-Y ahora te estás creyendo que eres brujo, ¿no?
-No. Papá me dijo que ustedes son tan escasos porque la gente
se los come y también pueden morir heridos por las hélices de los
motores fuera de borda; presos en redes de pescar o víctimas de la
contaminación. Bueno, mi papá me dijo que una vez devoró uno por
Samaná...
-¿Y esas son tus intenciones? -exclamó Triche, alarmado. -Te
advierto que soy cinturón negro! -mintió.
-Descuida- dijo el tiburón. -Soy vegetariano, como tú. Cuando
me obligan, lo más que hago es masticar y masticar la carne para
chuparle el juguito. Después la boto. Antes, mi mamá se ponía
histérica, pero ya se cansó y me deja que coma hierbas, como ella
dice.
El tiburón no había cambiado su tono de voz tranquilo y en
ningún momento dejó de mirar a Triche directamente a los ojos.
-Créeme- continuó. No me hace ninguna gracia pelear para
comer, o peor aún, atacar a un indefenso como tú, que ni uñas tienes
para defenderte, ni unos buenos dientes como estos..
Al decirlo, abrió las mandíbulas tan grandes, que mostró dos
sierras perfectas de marfil afilado.
Los ojitos de Triche se pusieron más chiquitos. Trataba de
encontrar correspondencia entre el discurso del tiburón y sus gestos.
Ya había aprendido que entre lo dicho y lo hecho, hay mucho trecho.
Por eso, le gustó la mirada transparente del escualo y su instinto le
dijo que podía confiar.
-Bueno, te creo. Mi nombre es Trichechus manatus, pero mamá
me dice Triche. ¿Y tú?
-Mi nombre es Litoral. No, no te asombres. Mamá es muy
romántica. Su placer es nadar en las noches de luna llena. Cuando
estaba embarazada, vio a un poeta que recitaba sus versos a orillas
del mar y la palabra que más le gustó fue Litoral.
-A mí también me parece bonita. Suena a poesía y hasta parece
dibujar el mapa de una isla con reflejos de agua.
Al decir esto, Trichechus puso sus cortas aletas en
movimiento, marcando un mapa con trazo imaginario.
-Desde hoy, Triche y Litoral son amigos -sentenció el tiburón
agregando:
-¿Quieres conocer mi escondite secreto?
-No puedo. Mamá me dejó aquí, esperándola. Si me muevo, me castigará.
La cara de Litoral se ensombreció.
-Triche, tengo que decirte algo. Yo no te encontré por
casualidad. Mis papás salieron de nuestra cueva, avisados de que
habían herido una manatí, pero regresaron pronto y mi mamá estaba
llorando. Dijo que la pobre sólo decía: "¡Mi bebé, mi bebé!". Yo salí sin
decir nada, seguro de que te iba a encontrar.
Las lágrimas corrían de nuevo por los pliegues de Triche.
-¡Estoy solito en el mundo! ¡Estoy solito!- gemía con gran
tristeza.
-No llores, Triche. Yo te ayudaré. No te dejaré solo. Te
acompañaré a buscar comida. Juntos nos defenderemos y haremos
frente a todas las dificultades. ¡Vamos, Triche, cuenta conmigo!
Triche lo miró por entre las lágrimas. Había amistad en esta
promesa de Litoral. Se desahogó llorando largo rato, hasta que se
calmó. Tenía que sobrevivir.
Junto a su amigo nadó, buscando el escondite secreto. Atrás
dejaron las aguas sucias y entraron al mar siempre verde y brillante.
Triche era un mamífero y Litoral un pez, pero ambos vivían en
el mar y la amistad no se fija en diferencias de formas, colores ni
lugares. Los rayos del atardecer iluminaron el cuerpo oscuro del
manatí nadando junto al plateado tiburón. Juntos tenían mucho que
aprender.
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