jueves, 28 de mayo de 2009
CUIDADO CON LO QUE DIBUJAMOS Y NARRAMOS EN L.I.J.
La mujer en la cocina se repite una y otra vez en los libros de literatura infantil y juvenil a pesar del esfuerzo paulatino de modernos creadores, quienes se esfuerzan por cambiar los modelos tradicionales de comportamientos. A continuación, unos apuntes del sitio http://www.ducotedesfilles.org/ a favor de nuestras chicas, niñas, muchachas.
Las imágenes simbólicas
Las ilustraciones transmiten un mensaje paralelo al del texto sirviéndose de un léxico simbólico del que se podrían encontrar las raíces lejanas en la imaginería popular y que describe una sociedad patriarcal tradicional, sobre todo rural. No sabiendo aún leer, el niño pequeño interroga interminablemente las ilustraciones de los libros y aprende muy pronto a descifrarlas. Observándolas con la misma atención es posible catalogar el aparato simbólico del que se sirven los libros para instruir a los niños acerca de los papeles sexuales en la familia y en la sociedad y acerca de las características psicológicas (que se les presentan como innatas y naturales) de los hombres y de las mujeres, de los niños y de las niñas.
Algunos de los símbolos más frecuentes
El mandil (delantal) es el símbolo principal del papel femenino por excelencia: la limpieza de la casa, el cuidado de los niños. En las escenas de calle, el delantal está sustituido por la cesta o el carro de la compra, la sillita y el cochecito del niño.
Cubos metálicos, escobones anticuados, escobas de esparto, bayetas chorreantes, aparecen a menudo en las imágenes para hablarnos del carácter inmutable de las tareas caseras, de su fatalidad, de su perennidad, para decirnos que la tecnología no es asunto de mujer. La imagen de una mujer a cuatro patas, un mechón sobre los ojos y un cubo metálico a su lado, ocupándose en frotar el suelo con un cepillo, es un tópico de los libros infantiles.
Imagen de la película "Como agua para chocolate".
El sillón es el trono del padre, el símbolo de su autoridad y de su poder.
Las gafas simbolizan la inteligencia, la instrucción. Sirven, cuando una niña las lleva, para advertirnos de que es muy lista; pero sirven también, puesto que está entendido que con ellas la niña queda afeada, para establecer la tradicional incompatibilidad, en la mujer, entre belleza e inteligencia. La antipática “primera de la clase” fanática del trabajo escolar, la directora de escuela agria y detestable, la “solterona” desabrida, llevan gafas. La madre las lleva muy raramente.
Los periódicos son la información, la modernidad, la participación en la vida de la colectividad: el padre y el abuelo los leen, así como los hombres en la calle y en los transportes públicos. Del mismo modo que los cuentos de hadas, los libros, que el pequeño formato y la cubierta rosa permiten a menudo identificar con las novelas sentimentales y fútiles, son símbolo de falta de interés por lo real, de evasión en el imaginario y, al límite, de irresponsabilidad social. Los unos y los otros están reservados a las mujeres y a las niñas.
La cartera, (maletín) que simboliza la profesión intelectual o de ejecutivo, es un atributo exclusiva- mente masculino y sobre todo paterno: en vano se buscará en los libros ilustrados una mujer, y aún menos una madre, que la posea.
A pesar de la pobreza de los modelos femeninos propuestos por los libros infantiles, se reconocen entre ellos los dos polos tradicionales de la imagen de la mujer, la santa y la puta, en una versión adaptada a los más pequeños. Frente a la madre sacrificada, fatigada y virtuosa, otra mujer es a menudo descrita en sus comportamientos o su carácter.
Se trata de la antipática “dama elegante” inútil, explotadora, irresponsable, frívola, vanidosa.
Vestida de forma ridícula, demasiado delgada porque es adicta a regímenes y gimnasia, consumidora neurótica, la “dama elegante” derrocha en vestidos y cosméticos el dinero ganado por su marido, en lugar de ocuparse de su casa. A menudo, un sombrero excéntrico con flores, plumas o pájaros, nos informa de su rareza e incluso de su locura; paquetes y bolsos firmados por “boutiques” de lujo, nos hablan de su frivolidad y de su parasitismo. En la niña, cintas, lazos, chirimbolos en forma de florcita o de mariposa y otras cursiladas son el símbolo de la coquetería necia, de la feminidad atolondrada, de la tontería.
Si la madre-ama de casa es el modelo positivo omnipresente, los libros proponen a la antipatía de los niños algunas mujeres transgresoras. Ante todo la mujer de poder, directora de escuela dictatorial, reina despótica o vecina autoritaria, objeto de odio y de sarcasmo.
La mujer sin casar no puede ser, en los libros para niños, más que la clásica “solterona”, dejada por imposible a causa de un físico o de un carácter que los hombres rehuyen. Huesuda, mal arreglada, con un sombrero ridículo, zapatos demasiado grandes y gafas, la “solterona” es la víctima de ilustradores e ilustradoras, que se lo pasan en grande con ella si apenas el texto lo permite. Un símbolo contundente: la ventana, habla a los niños de la pasividad de la mujer y de la niña en su papel de espectadoras de la actividad y de la creatividad masculinas.
Princesas prisioneras en la torre del castillo, jóvenes que esperan el gran amor, niñas taciturnas, madres pensativas y melancólicas, contemplan la actividad de fuera sin abandonar su espacio propio, el interior de la casa. Mujeres y niñas aprecian y alientan la construcción del mundo por los hombres en las obras, los campos y la calle, ven pasar la vida sin participar en ella... La ventana las retiene y las protege, las informa y las excluye. La ventana nos habla también de romanticismo y de ensueño: la huida de las mujeres y de las niñas en el imaginario es uno de los tópicos de la literatura infantil. El mensaje de la ventana es insistente: la mujer pertenece al interior y a la afectividad, su relación con el mundo real está filtrada por una pantalla que la aísla. La ventana es su mirada, una mirada que, a menudo, está empañada por la lluvia.
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