Dedicado a Iván García Guerra, actor excepcional.
Había una vez una muchachita que siempre tenía el
rostro contraído como si estuviera preocupada, enojada o a punto de llorar.
Exageraba todos sus gestos y los acompañaba de
exclamaciones tales como: "¡Uhg!, ¡Ahg!" o "¡Jha!"
De manera que primero su familia, y luego el resto de la gente empezó a llamarla "Teatrina".
Una mañana, Teatrina estaba comprando un sobre de
café en el colmado de la esquina cuando se le acercó un desconocido:
-¿Quieres ganarte cincuenta pesos? -dijo sonriéndole
amigablemente a lo que ella dijo "sí" con la cabeza y el
seño fruncido dejando escapar un "Jum!". Aunque sus padres le habían dicho que no hablara con extraños, a lo mejor no era como ellos decían y ganaba unos pesos fácilmente.
-¿Qué usted quiere? -le preguntó muy seria.
-Sólo tienes que llevarle esta carta a la señorita Hilda.
Ella vive en esa casa amarilla, ahí enfrente. Se la tienes que dar en su mano, sólo a ella. ¿Entendiste? Cuando regreses, le pides el dinero al pulpero que te los voy a dejar con él.
Teatrina cruzó mirando a ambos lados de la calle.
Cuando llegó a la casa señalada encontró la puerta abierta y entró:
-¡Saludos! -alzó la voz. Salió a su encuentro una señora vestida de negro.
-Quiero ver a Hilda, por favor.
Al oírla, la señora se impresionó primero y luego se puso a llorar.
-¡Hilda! ¡Hilda se murió hace nueve días, mi hija!
Teatrina abrió los ojos tan grandes que todo el mobiliario de la casa le cupo en las pupilas junto con la señora que lloraba ahora a gritos. Preguntaba para qué buscaba a Hilda, pero Teatrina no decía nada. Sólo hacía muecas y más muecas.
Regresó al colmado. El hombre había desaparecido.--Pulpero, ¿el hombre que estaba aquí ahorita, me dejó
una cosa contigo?
-No ¿qué te iba a dejar?
-No, nada.
Teatrina salió del colmado olvidando que había ido a
buscar un sobre de café. Tenía una angustia grandísima en el pecho. Si el hombre no le dejó nada es porque sabía que Hilda había muerto. Entonces, ¿por qué la carta?
Ahí mismo se dio cuenta que todavía la tenía en la mano y ya no supo qué hacer con el rostro pues lo contrajo como si todos los ojos del país la estuvieran mirando.
Teatrina, tan chiquita a sus diez años, miró para todas partes pero no vio más que casas y calles, carros y basura.
Se apoyó en una verja de hierro, abrió la carta y leyó:
-"¡Nunca le hagas mandado a un extraño!"
¡Entonces fue que hizo morisquetas!
©Leibi Ng
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