domingo, 26 de mayo de 2024

Salto a las estrellas, de Leibi Ng


"Saltó con tal impulso, que llegó hasta la órbita espacial. Allí pudo disfrutar de “los aerolitos, cometas, astros y mensajes de Dios”.

Por Karina Castillo



Salto a las estrellas, de Leibi Ng

Un rato en el Cielo no es como en la Tierra.

Aquí hay un horario, allá está lo eterno.

Sin prisa y sin tiempo transcurren las cosas

en el cielo quieto, el gran firmamento…Leibi Ng. *




Leibi Ng, escritora, publicista, poeta, gestora de literatura infantojuvenil por excelencia, muestra en sus obras una sensibilidad y empatía únicas, conectando y contagiando a todos con su espíritu creador.

Salto a las estrellas es la historia de una gatita que podía hacer lo que todos los felinos: Se estiraba con gran facilidad, saltaba y hacía malabares. La única diferencia consistía en que era nada más y nada menos que una trapecista de circo. La protagonista era toda una estrella, tan buena en sus destrezas, que tenía diplomas que la certificaban con los títulos de…

“Los Ocho Saltos Maravillosos

Las Ocho Contorsiones Máximas

Las Ocho Maromas Imposibles”.

Aún con toda esa fama, este personaje se aburría un mundo. Todo era una rutina para ella, por lo que procuró tener un cambio: Saltó con tal impulso, que llegó hasta la órbita espacial. Allí pudo disfrutar de “los aerolitos, cometas, astros y mensajes de Dios”.

Mientras observaba el universo, sus ojos cambiaban de color “de acuerdo a su asombro” y, cuando saltó a las estrellas, realizó su estiramiento con una libertad, que sintió “cada tendón y su piel vibrar como un tambor caribeño”.

Más cerca de los astros, conoció a un nuevo amigo, “de mirada sonriente”, llamado Nicholas San. Juntos exploraron el firmamento y hablaron de la vida, de por qué era importante tomarla con más calma, disfrutar y encontrar nuestra verdadera vocación.

En su diálogo, llegaron a la conclusión de que no basta con realizar nuestras acciones bien, sino que hay que hacerlas con amor. Por eso decidieron ir de estrella en estrella, crear cosas nuevas y convertirse en “activistas por la felicidad”.

Leibi Ng, con su singular creatividad y sensibilidad, nos ofrece una historia diferente, llena de candor y a la vez con un mensaje profundo acerca de la motivación, y del sentido verdadero de las cosas. La misma invita a vivir con propósito, “a amar lo que hacemos y hacer lo que amamos”, abriendo nuestra mente a todas las posibilidades.

Salto a las estrellas es una historia amena. Su lenguaje claro, llano, lleno de diálogos interesantes e imágenes poéticas cautivantes, mantiene conectado al joven lector, de principio a fin, y con sed de leer seguir leyendo.

Su narrativa es vívida y fluida, e inspira al lector a reflexionar sobre su propia existencia, a mirar las estrellas y atrevernos a “saltar” más allá del trampolín que nos pudiera limitar, hasta encontrar los dones y habilidades que nos hacen, quizás no perfectos, pero únicos en este espacio sideral que llamamos Humanidad.



Enhorabuena por todo lo que nos mueve y conmueve: las historias, los poemas, las palabras, los sueños, los saltos y las estrellas.

Ng, Leibi. Salto a las estrellas. Colección LOQUELEO, Editorial Santillana, Santo Domingo, 2015.


*El Epígrafe es un fragmento del poema Luna de lunares, de Leibi Ng.


KARINA CASTILLO ckarinacg@gmail.com

LEIBI NG

SALTO A LAS ESTRELLAS https://acento.com.do/autor/kcastillo.html


viernes, 17 de mayo de 2024

¿POR QUÉ EL QUIJOTE? ¿POR QUÉ LA AUYAMA?

 

Emelda Ramos

Mi no-aburrida vida no me permitió encontrarme con EL QUIJOTE DE LAS AUYAMAS cuando salió en 2016. Lo fui a buscar más de una vez a Santillana, pero no me tocó encontrarlo. Tampoco lo hallé en mis vueltas entre los libros usados de la Mella y la Duarte. Hoy, a ocho años de su nacimiento impreso, es que lo conozco como debe ser el encuentro de lector/libro, obra en mano y sentidos alertas.

Ante Emelda, la hija de Gustavo Ramos Portorreal y de Ana Concepción Tejada Bretón, la habitante de su «casa de frente al azul», no queda más que bendecir la tierra porque ¡qué cabeza tan bien amueblada! ¡qué mente tan nítida y capaz! Es un orgullo pisar la tierra que ella eligió para nacer. Emelda Ramos tiene bien ganado su alto puesto entre los literatos dominicanos, sin discusión.

Ahora que escribo siento sus ojos inquietos sobre mí. Su voz ágil y la vitalidad de sus frases. Porque yo quiero que me expliquen cómo es que no se crea una fórmula EMELDA para hacer literatura. Cierto que mi entusiasmo me crea una aparente desventaja, porque el que mucho halaga pierde credibilidad, pero no en mi caso, en que me creo lo que digo y no reculo.

Para usted escribir una obra dirigida a los niños mayores de diez años no es que tiene que ser un genio, pero al menos orillarlo un chin.

Lo primero que nos preguntamos es ¿qué tiene que ver El Quijote con una auyama? Y aunque en la obra de Cervantes se mencionen las calabazas, el ingenio de la señora Emelda une varios problemas contemporáneos con personal disposición.

¿Los niños pierden interés en los estudios por estar pendientes de celulares, tabletas, audífonos, televisiones y juegos? Verdad indiscutible. Preocupación de todas las casas. La protagonista es enviada al campo, (con un diario al que no está acostumbrada), donde los abuelos. Pero lo que debería ser un viaje placentero, es punitivo, pues precisamente por bajar sus notas los padres ponen distancia entre ella y los artefactos, a ver si aprende.

El ambiente de Claridiana se establece, extraída de su cotidianidad en una casa de campo repleta de enseres y costumbres extraños, presagiando el aburrimiento y sorprendiéndose por los cambios inesperados de una familia numerosa y muy espontánea.  Hay quejas por todas partes con lo que se establece el conflicto y real y doméstico en diferentes direcciones.

Se pierden objetos y los dueños protestan. Entonces se le pierde el diario a ella y Claridiana empieza a buscarlo por dentro de la casa y por fuera, cuando… ¡el destino la une a El Quijote! No cualquier caballero andante sino uno de las auyamas que crecen en el patio de la finca.

La misma auyama que ella odiaba en la sopa y amaba en las tartas, iba a resultar en una experiencia vital para la niña citadina.


La descripción que hace Emelda de la planta y el giro fantástico del personaje inventado es ágil y verosímil dentro de la construcción literaria que regala una aventura en toda regla.

Y es aquí donde la literatura es grandiosa. Basada en el hecho científico de que las auyamas o calabazas son Cucurbitáceas, una familia de plantas que consta de aproximadamente 965 especies en alrededor de 95 géneros, El Quijote de las Auyamas va directo al asunto cuando hunde su espada en la auyama en su punto de madurez y extrae el tesoro: LAS SEMILLAS.

 Y entonces leemos:

«Y como si fuera un libro viviente, oí su vocecita ronca: —Auyama: planta de las cucurbitáceas, de tallo rastrero, o trepador, con hojas muy grandes, cubiertas de pelillos picantes, y frutos de bayas, cuyas semillas tienen la cucurbitacina de la felicidad… ¡Aaah!».

No pude evitar quedarme pensando en la palabra «felicidad». Me pregunté si yo era feliz cuando comía auyama y sí recordé dos momentos: La auyama al horno que me brindó mi amigo Luis Carvajal y el pastel de calabazas que hace la mamá de Pau, el de Papaupa. Pero también recordé a Fabián, en España, frotando los dos extremos del pepino para quitarle el amargo, un gesto del que me reí entonces, pero resulta que tiene su aquél.

Ciertamente las cucurbitáceas tienen la cucurbitacina o cucurbitina, una sustancia que logra inmovilizar parásitos intestinales. Y es tan fuerte en las plantas que aleja a muchos insectos. Pero donde está la «felicidad» es en las semillas de la auyama, (que los españoles comen por pi pá y los asiáticos también) porque tienen TRIPTÒFANO, aminoácido que ayuda al organismo a producir la famosa SEROTONINA, una sustancia que usan los nervios para enviarse mensajes (o de manera más científica: neurotransmisor). Cuando no tenemos suficiente serotonina en el organismo, aparece la depresión, ese «perro negro» que trepa en nuestra espalda y nos quita el entusiasmo y la motivación.

Entonces comprendo la genialidad de Emelda Ramos quien crea unas imágenes dignas de cinematógrafo, acelerando el encuentro de Claridiana de Santo Domingo con El Quijote de las Auyamas, en un increscendo fabuloso, digno de “Las habichuelas mágicas” de Hans Christian Andersen, al tiempo que oferta a la infancia urbana la posibilidad de sumergirse en una “selva” verde y amarilla de ondulaciones tipo montaña rusa.


El Quijote de las Auyamas se hace experto cabalgando los tallos de las plantas que crecen sin parar frenéticamente llegando a una apoteosis botánica cuando hunde su espada de cobre reluciente en la auyama. Probar las semillas, así por así no me pareció chévere porque no es lo mismo, pero hago mío el momento y lo acepto. Tirar las semillas, como sembradores borrachos, sí que me gustó por envolvernos en la sensación del crecimiento y de la abundancia

Claridiana de Santo Domingo no tarda en darse cuenta, de que el objetivo del extraño ser del huerto era hacerla una pequeña Miguel de Cervantes para que escribiera la aventura de sus "vacaciones" en el DIARIO que le regaló su mamá, que desapareciò y fue encontrado para recordarnos que «el corazón de la auyama solo lo conoce el cuchillo» y que solo ella había vivido en su pequeño cuerpo de giganta Andandona de Majalahonda (inventado el sitio para extraviarnos de Getafe), o Giganta Cariculiambra de Malindrania, ese encuentro único con el duende, enano, Pulgarcito o Quijote hortelano que la enseñó que en los alimentos está la salud y la felicidad.

Leiby Ng

17/5/2024

LA MARIPOSA QUE TENÍA MIEDO DE CRECER