miércoles, 5 de febrero de 2025

Hadas en el Caribe, un cuento de Sandra Tavárez

La segunda semana de agosto siempre organizábamos una mini fiesta en la casa.  Preparábamos: mini pizas, mini hotdogs, mini burgers, mini cupcakes.  Crecí viendo aquel mundo que mágicamente aparecía una vez al año, al final leíamos un cuento en uno de los minilibros de mi mamá.  Una noche, al terminar la lectura, pregunté:  

—¿Hay hadas en el Caribe? 

—Con este calor, lo dudo, aunque tu mamá piensa diferente —respondió mi padre.  

—Tal vez hay —continué —y viven ocultas en las montañas. 

—Es posible —dijo mi padre, y agregó —ya es hora de dormir.

Mi madre me llevó a la habitación, mientras me arropaba le dije: 

—¿Me cuentas una historia que tenga hadas en el Caribe? 

—Es que sólo conozco una, y es un poco triste —dijo mi madre. 

—No importa, quiero escucharla —concluí. 

—¡Está bien!... Hace muchos, muchos años había una familia que vivía en un barrio muy pobre de una provincia del interior.   A veces no había comida suficiente para todos en la casa.  Un día Jane escuchó que sus padres iban a enviarla a la capital, a vivir con sus tías.   Ella pensó que, si se la llevaban, jamás volvería a ver a sus padres.   Miraba al cielo a través de una ventana, cuando le pareció ver una luciérnaga que se encendía y apagaba cerca del árbol de nísperos; pero no era una luciérnaga, dejaba una estela de luz a su alrededor.  Jane salió por la ventana y se acercó.  Vio que era más grande de lo que esperaba.  Sus alas eran transparentes, su cabello rizado sujetado a un lado con una florecilla amarilla, llevaba puesto un hermoso vestido de seda y en el dedo anular de la mano derecha tenía un anillo con un diminuto diamante verde. 

Todo era tan pequeño y sin embargo los detalles eran impresionantes. Jane estaba maravillada y dijo:

—Si fuera tan pequeña como tú, mis padres no tendrían que mandarme lejos, porque comería muy poco.  

De repente se escuchó la voz de la madre: 

—¡Jane! ¿Qué haces ahí?  Entra por favor. 

—¡Ya voy! —contestó, y se volvió hacia el hada y dijo —: Ayúdame, no me quiero ir, vuélveme tan pequeña como tú. ¡Te lo suplico!  

Esa noche, Jane vio el hada de nuevo, pero en un sueño, y ésta le susurró:  

—Hola, soy el hada Carib — después dijo unas palabras que Jane debía recordar, la tocó con su varita y se marchó.   

Jane despertó emocionada, pero su padre había salido y ella quería hacer su acto de magia frente a los dos, así que pasó todo el día inquieta esperando su llegada.  Al final de la tarde escuchó que bocinaban en frente de su casa y salió corriendo para ver quién era…

 Su padre había llegado con uno de sus amigos en una camioneta, ambos empezaron a bajar de ésta bolsas del supermercado repletas de alimentos. La madre fue a recibirlo y llevaron las bolsas hasta la cocina.  Luego se despidieron del amigo.   Jane y su padre empezaron a organizar todo.  La madre de inmediato se puso a preparar la cena.  Los tres estaban felices. Comieron en abundancia. Su padre les contó que consiguió un empleo y que su jefe le dio un adelanto para comprar alimentos.

Después de cenar, Jane se fue a la cama.  Estaba tan contenta, que se había olvidado del hada, cuando una luz brillante en la ventana la hizo mirar hacia allá, se levantó y el hada voló hacia ella.  Jane, con mucho entusiasmo, le dijo:

—Hola hada Carib, muchas gracias, pero ya no necesito el deseo.  Todo se resolvió, no me van a mandar lejos.

El hada se veía preocupada, volaba en círculos, se mordía las uñas, parecía decir algo, pero Jane no la escuchaba con claridad, así que se sujetó el cabello con una mano, dejando sus orejas descubiertas, y le dijo:

—Acércate.

El hada se acercó lo suficiente y repitió el encanto que había lanzado sobre ella:

—Porque así lo has deseado sólo debes decir: «quiero ser tan pequeña cual mazorca de maíz». Aún si no lo dijeras ya no hay vuelta atrás porque en quince exactos se hará realidad.

—Pero, no lo necesito —repitió Jane.

—En quince se cumplirá —confirmó el hada.

—¿En quince qué? —preguntó Jane.

—No lo sé —dijo algo confundida el hada.

—¿Cómo que no lo sabes? —dijo Jane con tristeza. 

—Es que me lo aprendí de memoria y en realidad no se me ocurrió preguntar —agregó el hada.

—Pregunta ahora —dijo Jane esperanzada.

El hada empezó a llorar, lágrimas brillantes como hilos de plata bajaban por sus mejillas y continuó:

—No puedo… Estoy sola… Me extravié…

—¿Cómo que te extraviaste?

—Mis hermanos y yo viajaríamos al norte, tan al norte como ningún hada ha viajado, veríamos una aurora boreal.

—¿Y eso qué es? 

—Es un fenómeno espectacular, el cielo se llena de colores. Es como si decenas de arcoíris estallaran al mismo tiempo. En fin, quise adelantarme a mis hermanos para llegar primero y erré el camino, luego me atrapó una gran tormenta y terminé aquí, no sé cómo regresar a casa. Desde que llegué, nunca me había acercado a nadie, hasta que me encontraste.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Jane.

—Hay que esperar —dijo el hada.

—¿Esperar qué? —preguntó Jane.

—Quince —contestó el hada.

—¿Quince qué? —volvió a preguntar Jane. 

El hada se quedó pensativa por un momento, luego dijo: 

—A ver, tu deseo fue concedido a las seis de la mañana, así que no son quince minutos.  La siguiente medida es quince horas… Vamos a ver, ¡no soy buena para las matemáticas! —y empezó a contar con los dedos, al terminar dijo—: A las nueve son quince horas —miró el reloj que estaba en la pared, faltaban quince minutos para las nueve.   Ambas se quedaron mirando el reloj hasta que dieron las nueve en punto.

—No pasó nada —dijo Jane con alegría.  

Ambas saltaban felices.  Se escuchó la voz de la madre:

—¿Jane, estás bien? 

—¡Sí mami! 

—Ya duérmete. 

—Lo haré.  

El hada Carib se despidió, Jane le dijo:

—¿Adónde vas? ¿Por qué no te quedas conmigo? 

El hada le explicó:  

—¿Ves la cima de aquella montaña? Ahí es donde estoy viviendo ahora.  No sé dónde están mis hermanos, pero debo decirles dónde estoy. Cuando estamos lejos usamos la luz para comunicarnos. Durante el día duermo entre las copas de los árboles para tener energía suficiente, y todas las noches les envío un mensaje.  Si alguno de mis hermanos lo ve, sabrán que soy yo.  Y con una sonrisa agregó:

—No te preocupes, volveré cuando hayan pasado quince, a partir de la hora del encanto.

—¿Quince qué? —preguntó Jane.

—Quince días —respondió el hada y se alejó. 

 

A la madre le sorprendió el repentino interés de la niña en los días, el padre le trajo un enorme calendario y lo colocó en la pared de su habitación.

La niña había marcado el día en que él empezó a trabajar y pensó que estaba emocionada por eso o que tal vez quería pedirle algún juguete, así que se adelantó y le compró un hermoso juego de té.  La expresión de la niña le sorprendió:

—Gracias, creo que lo voy a necesitar —y se llevó la caja a su habitación sin abrirla.

Al amanecer del día quince llegó el hada Carib y le susurró al oído:

—Despierta Jane.

Jane abrió los ojos, miró el reloj y vio que faltaban quince minutos para la seis.  Como la vez anterior, ambas se quedaron mirando el reloj. A las seis en punto Jane miró sus manos y sus pies y al ver que todo estaba del tamaño adecuado saltó de la cama y empezó a brincar en el piso. Se escuchó la voz de la madre:

—¿Jane, ya estás despierta? 

—Sí, mami. 

—Voy a ayudarte en unos minutos —agregó la madre—. El hada Carib le susurró al oído:

—Volveré cuando hayan pasado quince.

—¿Quince qué?

—Quince semanas.

De inmediato Jane corrió hacia su calendario.  Ya había aprendido a contar, así que calculó la fecha en que regresaría el hada, siempre contando a partir del día del encanto. Dibujó allí un par de alas.

Al amanecer de la semana quince, llegó el hada Carib y le susurró:

—Despierta Jane. 

—¿Ya es hora? —dijo Jane algo somnolienta. 

—Faltan quince —dijo el hada, ambas miraron el reloj y esperaron a que fueran las seis en punto. 

—¡Nada! ¡No pasó nada! —dijo Jane.

Las dos estaban felices, el hada se acercó y dijo:

—Volveré, cuando hayan pasado quince.

—¿Quince qué? —preguntó Jane. 

—Quince meses —respondió el hada y se fue. 



El padre de Jane estaba un poco preocupado, ella dejaba la mayoría de sus juguetes empacados, como si los estuviera guardando para algo, un día él se acercó y le preguntó: 

—¿No te gustan los juguetes que te compro? 

—Claro que sí papi —dijo ella con sinceridad. 

—Si quieres se lo podemos regalar a otra niña. 

—No papi, es que los voy a necesitar.—. El padre rio sin entender lo que la niña decía, aun así, para seguirle el juego preguntó:

—¿Hay algo más que puedas necesitar? 

—Sí, sería bueno tener una casa. 

—Pero tenemos una casa. 

—Quiero decir una casita, que tenga todo lo de una casa grande. 

—¿Para tus juguetes? —preguntó el padre. 

—Sí, y para mí —contestó ella con firmeza. 

Al día siguiente empezaron a diseñar la casa, el padre dibujó una puerta diminuta y le preguntó:

—¿Te parece bien así? 

—No —contestó ella —debe caber una mazorca de maíz.

Él sonrió, hizo lo que sugería la niña y dibujó todo en proporción al tamaño de la puerta. La construcción de la casa se convirtió en un proyecto de toda la familia, el padre dijo que debía tener buena iluminación, la madre diseñó unas hermosas cortinas, al terminar se dieron cuenta que faltaban algunos muebles, así que cada vez que el padre cobraba su sueldo traía un juguete nuevo, pero ahora en vez de dejarlo en la caja, Jane lo colocaba de inmediato en el lugar adecuado, hasta que estuvo amueblada.

Pasó el tiempo y al amanecer del mes quince, llegó el hada Carib y le susurró al oído: 

—Despierta Jane. 

Jane despertó y preguntó:

—¿Ya es hora? 

—Faltan quince —contestó el hada.

Ambas se quedaron mirando el reloj, hasta que marcó las seis en punto.

—¡No puede ser! ¡Estoy igual!—. Los gritos de Jane se escucharon en toda la casa.  El hada Carib también estaba feliz, daba vueltas en círculos llenando de luces brillantes toda la habitación. De repente se escuchó que alguien se aproximaba a la puerta.  El hada Carib se acercó a Jane y le dijo:

—Volveré cuando hayan pasado quince.

—¿Quince qué? —preguntó Jane. 

—Quince años —respondió el hada—. El padre de Jane abrió la puerta y aún había polvo de hadas flotando en la habitación.

—¿Qué sucede aquí? ¿Qué estás haciendo? —preguntó el padre confundido.

—¿Qué pasaría si un día yo fuera tan pequeña que necesitara vivir en la casita? —preguntó Jane entristecida.

—La casita fue hecha para ti, así que pienso que serías feliz en ella —dijo el padre mientras la abrazaba, y agregó: —Además no estarías sola, tu madre y yo estaríamos contigo.

Pasaron los años y lejos de empequeñecerse Jane empezó a crecer como estirada por un resorte.  La madre se sorprendió cuando un día el padre llegó con un auto eléctrico a escala. Anteriormente, le había comprado un juego de pesas, una caminadora y una bicicleta estacionaria, hizo un anexo a la casita y los colocó allí. La madre pensó que ya era tiempo de hablar con él, se acercó y con dulzura de dijo:

—La niña ya creció, ¿por qué sigues comprándole juguetes? 

—Es por si un día los necesita —dijo el padre. La madre no entendió la respuesta y él no sabía cómo explicarle, así que ambos permanecieron en silencio hasta quedar dormidos.

En el amanecer del año quince, el hada Carib entró por la ventana, pero Jane no estaba dormida, estaba sentada en el suelo frente a la casita.

—¿Ya es hora? —preguntó Jane. El hada no contestó y ambas se quedaron mirando el reloj hasta que fueron las seis en punto.  Hubo un estallido de luz en toda la casa, el padre se despertó y corrió a ciegas hasta la habitación de Jane.  Entró y la luz empezó a disiparse poco a poco, aún no podía enfocar con claridad y preguntó:

—Jane, ¿dónde estás? 

Nadie respondió, era como si su hija hubiera desaparecido junto con la luz.  Estaba aterrado, salió corriendo de la habitación y regresó en unos segundos. Se acostó en el piso. Tocó la puerta de la casita.  Jane abrió.

—Tengo un regalo para ti —dijo el padre con ternura.

—¿Qué es? —preguntó Jane. 

—Ábrelo —invitó el padre. 

—¡El principito! —dijo ella emocionada y hojeó el diminuto libro que era del tamaño perfecto para sus manos. 

—En la casita tienes todo lo que necesitas, excepto libros — dijo el padre. 

—¿Traerás más?  

—Claro, mañana mismo lo haré—. Ambos rieron y en ese momento salió el hada Carib.

—Lo sabía —dijo el padre—, sabía que te había visto.

Ambas le contaron al padre lo que había sucedido, él escuchó el relato con atención, al final el hada Carib dijo:  

—Debo irme mis hermanos me esperan.

—¿Tus hermanos? —preguntó Jane.  

—Sí —respondió el hada—, durante todo este tiempo estuvieron buscándome y hoy me encontraron.

Le pasó una extraña florecilla de color verde y como siempre dijo: 

—Volveré dentro de quince.

—¿Quince qué? —preguntó Jane angustiada.

—Mis hermanos crearon la flor para ti, cómela ahora y la magia se revertirá en quince años —dijo el hada y se fue por la ventana.

El árbol de nísperos brillaba con luces intermitentes, eran los hermanos del hada Carib que la esperaban.

—Habrá que construir algunos libreros para la casita —dijo el padre.

—¿Por qué? —preguntó Jane.

—En quince años necesitarás muchos libros.

La narración de la historia fue interrumpida, mi padre se paró en la puerta de la habitación y dijo:

—Jane, por favor, ya deja que la niña se duerma.  

Abrí la boca sorprendida:

—¡Eras tú! 

De repente todo tenía sentido.  La casita llena de juguetes que conservaba el abuelo, las mini fiestas que año tras año organizábamos, los minilibros que leíamos. Con entusiasmo dije:

—¡Mami, la niña de la historia eras tú… eres Jane!  

—Para ti sigo siendo mami —me cubrió con la sábana, me besó en la frente y al salir apagó la luz de la habitación.

Estaba emocionada, me levanté y miré por la ventana, al igual que en la casa del abuelo teníamos un árbol de nísperos, vi luces intermitentes en él, pensé que podrían ser hadas, pero esta vez sólo eran luciérnagas. 

Sandra Tavárez


SANDRA TAVÁREZ por Rafael Peralta Romero

Mi primer encuentro literario con Sandra Tavárez tuvo efecto en el 2012 porque ambos resultamos galardonados en el segundo Concurso de Cuentos sobre Béisbol, organizado por el Ministerio de Cultura. En ese certamen yo obtuve el tercer lugar y ella ganó una de las menciones con su cuento “Conceptos de sacrificio”. En sus datos biográficos aparece que también había ganado en el primer concurso de cuentos sobre béisbol en el 2008.

Con su libro “Límite invisible”, mi encuentro con esta cuentista adquiere otra dimensión. Este libro permite aquilatar su talento narrativo y su visión de la sociedad y de inmediato puedo decir que hay en ella una escritora que no evade temas y que en su enfoque de las realidades que trata siempre aparece su preocupación por cómo ocurren las cosas.

Su trayectoria literaria revela en Tavárez una buena disposición para la creación literaria, particularmente, para el cuento. La disposición se vincula directamente con la aptitud, que es un desembarazo, una soltura para emprender una determinada acción que alguien tiene a su cargo o necesita realizar. Tavárez muestra proporcionada disposición, que es una condición esencial para escribir cuentos y no tomar esta labor como una afición, sino como un oficio.

Es graduada en contabilidad, una profesión que le aporta poco -no he dicho que nada- a su vocación literaria. No obstante, Tavárez ha venido abriéndose paso para materializar el propósito de expresar lo que tiene que expresar. No se puede ser escritor si uno no tiene algo que decir, diría que la persona podría manejar adecuadamente las técnicas y servirse holgadamente de los recursos formales, sin embargo, si el escritor no tiene nada que decir, no podrá producir su obra.

Y esto es muy importante, porque muchas veces a ciertos escritores se le va la vida pensando en una obra que tienen en su mente y que sueñan escribir, pero que por falta de disposición no la plasman. Reitero que el talento conlleva disposición, van juntos, entonces estoy elogiando de esta escritora su disposición como he podido apreciar en su libro “Límite invisible”.

La narrativa de Sandra Tavárez demuestra que la autora está consciente de que el cuentista tiene una responsabilidad social que consiste en testimoniar su época. Aunque lo cito de memoria, quiero recordar un dicho de Juan Bosch, quien ha escrito en sus Apuntes sobre el arte de escribir cuentos que quien nace con la vocación de cuentista tiene un don que está obligado a poner al servicio de la sociedad.

Es que, sin ser historiador ni periodista, el cuentista recoge la memoria de su tiempo y transmite ideas y sentires colectivos e, incluso, y ahí están los filólogos para demostrarlo, transmiten formas de hablar que representan materia de estudio para los lingüistas, sobre todo cuando del habla popular se trata. Nada como la narrativa para mostrar esos hechos de lengua, esos matices con los que la gente vigoriza su léxico cotidiano. La obra de Sandra Tavárez no está exenta de esto.

Nuestra autora no es ajena a lo que ocurre en su derredor, tampoco se ocupa del realismo fotográfico que reproduce la realidad tal como es. La escritora santiaguera, más bien parte de esos hechos reales para elaborar el texto literario conforme a su sentir, de su conocimiento de la lengua, de su gusto literario y desde luego de sus lecturas. Ella distribuye acotaciones de índole metafísica o surrealista con todo y que estemos hablando de que su obra parte del realismo.

En estos cuentos, se siente vida humana, gente en aeropuertos, gente que disfruta el amor carnal, gente que hace lo que es propio de humanos. Pienso que “Límite invisible”, que creo su primer libro, revela en Sandra Tavárez aptitudes bien definidas para desarrollar en ella una cuentista de gran categoría.


Sandra Tavárez y el director de la BNPHU: Rafael Peralta Romero




Hadas en el Caribe, un cuento de Sandra Tavárez

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