domingo, 11 de diciembre de 2016

DIDÁCTICA DEL ALMA (Versos y conversaciones entre mi niño y yo)

Libro impreso en año 2003 y que yo no conocía. Para mí es excelente. Creación y presentación. Este tipo de esfuerzo debe contar con el apoyo de todos.






DIDÁCTICA DEL ALMA (Versos y conversaciones entre mi niño y yo)


No sabemos exactamente cómo nos llega la vocación literaria. Probablemente su origen esté vinculado a las primeras lecturas que realizamos en nuestra infancia y al tipo de experiencias que de alguna manera marcan nuestra sensibilidad y encauzan nuestra imaginación.
La etapa infantil viene marcada por un anhelo ferviente de sensaciones y aventuras, y en ese tenor la imaginación juega un papel estelar. La imaginación ayuda a entender la realidad y a canalizar los retos que la misma realidad genera, y cuando esta nos es adversa, la suplantamos irremediablemente con las conchas flotantes y vaporosas de la fabulación. En el niño la imaginación es un sucedáneo de la realidad, y como tal es una fuente de aventuras y de sueños. Siempre hay un misterio; por doquier cualquier objeto o fenómeno excita la curiosidad y siempre hay algo que descifrar o resolver. El libro aporta al niño una fuente de aventura; por eso los niños que no tienen aventuras, o si s les limitan físicamente, hallan en la lectura un medio de desquite para vivirlas emocional o o imaginariamente. Porque todos hacemos uso de la imaginación y todos sentimos la necesidad de la ficción. Para el niño no hay diferencia entre la realidad y la ficción. Cuanto lee es para él real, y lo que concibe su imaginación tiene valor de certidumbre. Pero a menudo la realidad le es insuficiente y por ello reclama espacios para imaginar. Porque en el niño la imaginación es un torrente de inspiración. La literatura para niños escrita por adultos le tiende un puente al niño para que se asome al mundo imaginario desde la escritura y conecte su capacidad de fabulación con las aventuras imaginarias que habrán de empatarlo, finalmente, con la misma realidad. Y ya sabemos que la realidad, avasallante y omnipresente, se impone siempre. De ahí el influjo de los acontecimientos, fenómenos, vivencias y circunstancias.
La naturaleza de nuestra imaginación viene marcada por las experiencias que troquelaron nuestra sensibilidad en la infancia. Jorge Luis Borges reveló que su pesadilla del laberinto se originó en un grabado de acero que vio en un libro francés cuando era niño: “En ese grabado —afirmó— estaban las siete maravillas del mundo y entre ellas el laberinto de Creta. El laberinto era un gran anfiteatro (…). En este edificio cerrado, ominosamente cerrado, había grietas. Yo creía (…) cuando era chico, que si tuviera una lupa lo suficientemente fuerte podría ver, mirar por una de las grietas del grabado, al Minotauro en el terrible centro del laberinto”.
Hay que apreciar el impacto emocional e imaginativo que esa experiencia originó en un niño sensible, inteligente y curioso como Borges. Para el niño, el mundo verdadero es el mundo que recrea interiormente, el mundo que su imaginación concibe y certifica, algo similar a los que creían, con Platón, que el mundo verdadero era el de los arquetipos del más allá, como lo creyeron, a su modo, Virgilio, San Agustín, Dante, Fray Luis de León y muchos otros. El niño pacta con la realidad, después de consentirla en su imaginación. No se rinde a ella sino cuando siente que su imaginación es soberana. Y en ese detalle estriba la explicación de porqué hay adultos que conservan su imaginación con la misma frescura del niño, y por ello pueden fabular creadoramente, y así nacen los artistas, los narradores, los poetas. El Bagdad de Las mil u una noches, las formas mágicas que rescatan a las doncellas del peligro nos parecen siempre creíbles y jamás nos pasa por la mente dudar de su portento. Eneas puede salir indemne del peligro porque entra al mundo de los sueños. Para los niños, los sueños no constituyen un comportamiento estanco sino un continuum de la realidad, y ya se sabe que para los poetas no es imposible que la realidad sea un sueño, como quería Calderón. En los cuentos de Hadas, así como en las narraciones folklóricas de carácter infantil, entre las que destacan las historias de Cristian Andersen y los hermanos Grimm, el parentesco con la mitología potencia su magia. Así acontece también en poemas, cuentos y narraciones infantiles: su filiación con la fabulación maravillosa es algo intrínseco y peculiar.

Tres rasgos tipifican a la literatura infantil:
   a) El sentido de la maravilla o lo maravilloso con su carga de asombro y fascinación.
   b) El tono lúdico con que se ejecutan acciones y pasiones.
   c) El sentimiento de identificación y ternura.

Lo maravilloso, como lo dice la palabra, siempre es sorprendente, produce el asombro o la sorpresa admirable. El juego es inseparable de la naturaleza infantil, y el aliento de ternura y empatía es algo consustancial a su sensibilidad. El niño tiene una fantasía singularmente viva y en correspondencia con su temple imaginativo se hunde en la ficción como en sucesos reales, cautivado por las garras de la fabulación a la que se entrega gozada, lúdica, amorosamente. El creador de poesía y ficción para niños ha de fundar su obra en esos presupuestos para que su creación satisfaga su cometido final. Desde luego, cada autor, según su sensibilidad y talante, enfatizará uno de esos aspectos literarios.
Las muestras de los distintos autores dominicanos de literatura infantil ambientan sus cuentos en la realidad circundante, narran los cuentos tomando en cuenta el punto de vista de sus criaturas y cimentan sus ficciones en el reino de la imaginación. Por su escaso desarrollo literario al niño no le dicen nada las estéticas o las técnicas compositivas o la naturaleza de las imágenes, pero el autor de las creaciones concebidas para niños ha de elegir temas, formas y recursos que efectivamente lleguen a ellos y eleven su estimación, su horizonte intelectual y su sensibilidad.
Los creadores de cuentos infantiles y de poesía para niños deben seguir desarrollando esa área especializada de la literatura, explorando nuevas vetas temáticas, ensayando nuevas formas expresivas, aportando nuevas imágenes poéticas y narrativas, creando nuevos personajes que representen valores paradigmáticos para la infancia y la etapa juvenil. Ya es hora de que asuman diferentes costados de lo real trascendente y ausculten el lenguaje de la voz profunda del niño, sintonicen el sentido de anécdotas y peripecias y sustenten en la fuente de la creación la búsqueda de lo Absoluto. La poesía para niños y la ficción infantil es una expresión del homo ludens, es decir, “el hombre que juega”, que en tal virtud es inocente, espontáneo, natural, y desde luego, inventa, crea, se expande y es feliz. Y en cierta medida es el creador de poesía y narraciones infantiles, el hombre o la mujer en su adultez que llevan en su corazón la semilla limpia y generosa del homo ludens y ponen al servicio de la imaginación su talento, su gracia y su sensibilidad. Ese es el ejemplo que nos dan los homónimos José Enrique Báez, padre e hijo. En un hermoso diálogo interactivo, padre e hijo asumen la palabra con aliento creativo, lúdico y solidario, armonioso y ejemplar, en el que comparten la visión de las cosas, la valoración de la naturaleza y la activación del poder estético del lenguaje.
El punto de partida está en una frase del niño que funciona como núcleo semántico del poema. El poeta progenitor asume y recrea la inspiración del niño que como niño vive poéticamente el mundo. Vivir poéticamente el mundo es sentirlo en su dimensión prístina y fresca con su aliento telúrico, con su vibración cósmica, con su esplendor sagrado. Percibir el mundo como lo sienten los niños es captarlo en su dimensión viviente, mágica y natural, con su fuerza genesíaca, su vitalidad renovadora, su encanto sensual. Y conjugar esas dos maneras de asumir el mundo —la vivencia poética y la vivencia infantil— necesariamente confluye en una visión amorosa, empática y gozosa del mundo, como se puede apreciar en los versos de estos dos singulares emisores de poesía.
José Enrique Báez, padre e hijo, o hijo y padre, da lo mismo, asumen la palabra, afinan la expresión y atrapan el valor poético con el aliento emocional, con la frescura de sus imágenes, con esa disposición imaginativa, sensorial y espiritual para testimoniar, desde la presencia elocuente del sentido poético, su percepción y estimación del mundo en versos henchidos de ternura, afinidad y gozo por la magia de lo viviente.
Un aspecto significativo en los veros compartidos de padre e hijo bajo las mismas palabras es la compenetración que revelan sus autores. Se trata de una coparticipación afectiva y espiritual entre ellos y, muy importante subrayarlo, de una compenetración entrañable con la naturaleza. Los niños, como los primitivos y los místicos, sienten una identificación visceral con criaturas, fenómenos y elementos, actitud que genera un sentimiento de identificación con la cosa a tal grado que llegan a consustanciarse con la cosa, y al contemplar la flor, sienten como la flor o se sienten ser la flor y así con la lluvia, el vuelo de los pájaros, el aliento de los bosques, etc., en una suerte de coparticipación y creación. El poema “Luna de lluvia tropical”, así lo revela:
Peinándose está la luna,
dice mi niño.
Peinándose bajo la lluvia
de un trópico caribeño sin igual.

Papi, la luna es una niña linda.
También es una poesía hermosa,
mi amor,
sobre todo si duerme
sobre el bosque tropical
mientras tú y yo
somos testigos de su luz y su ternura ancestral.
¿Viste papi!!?
—La luna sigue peinándose.
—Sí, mi cielo
y la lluvia cayendo.
Es una noche caribeña.
Es una noche sin igual.
Es una noche de Santo Domingo junto al mar.

Dr. Bruno Rosario Candelier
Director Academia Dominicana de la Lengua



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