sábado, 30 de mayo de 2009

La singular sintaxis de Lucía Amelia Cabral



Lección de la Silla de Guano al Presumido Burrito

por Lucía Amelia Cabral
De su libro Hay cuentos que contar, 1977, Ediciones Sargazo

En una ocasión, en el campo de don Pedrito, una silla de guano le dio tremenda lección a un presumido burrito.
Esta es la historia tal como es conocida.
Le decía el burrito un día a la silla de guano:
_¡Ay, amiga silla! Te digo que no sé cómo se haría el bueno de don Pedrito sin nosotros dos. Es más, -continuaba el burro asegurándole a la silla de guano, -si le llegaras a faltar tú, sé que todo le sería muy difícil, demasiado difícil, pero... y si acaso no me tuviera a mí... Piénsalo tú, que yo francamente ni imaginármelo puedo.
-Y con razón -añadía el burro -porque no podemos pretender hacer posible lo imposible.
Y mientras hablaba, tan convencido se mostraba el burro y tanto gozaba de lo que decía que soltaba una patada, y no sólo una patada, sino otra y otra más.
-¡Pebú! ¡Pebú! ¡Burrito! -intentaba callarle la silla de guano. -¡Qué insensata tu intranquilidad! ¿Será acaso que tienes ofuscado el pensamiento? Sí, tiene que ser... porque mira que es flaquita tu preocupación cuando sabes que jamás nuestra ausencia podrá don Pedrito lamentar... A menos, claro está, que -aunque expresando lo contrario- algo estés tramando y no comprenda yo de lo que se trata, pues de irse alguno -bien lo sabes- yo no puedo ser. Pero en cambio tú... si eres ingrato, puedes hacer camino solo. De modo que, Burrito, te pido que no gastemos palabras sin necesidad. ¡Guardémoslas! ¡Valen mucho para desperdiciarlas!
Mas este comentario de la silla de guano no le bastó al burrito de naturaleza carpetosa.
El burrito le tenía, sí, cariño a su compañera, la silla de guano, pero era también de opinión que no por eso debía dejar a un lado sus propios criterios de la vida.
-Oye, amiga del alma, no deseo que mal interpretes mis expresiones. No, -proseguía su impertinencia el burrito sin darse cuenta que tal vez hería el corazón de la afectuosa silla de guano de don Pedrito. -No es que tenga planes, planes de marcharme yo y dejarte, ni a ti ni a don Pedrito. ¡Nunca! Bien tranquila puedes estar. Más bien mi comentario resulta de serias reflexiones. De esos días, sillita, que uno se detiene a ver con calma el mundo. Le da a uno por pensar. Pensar, para al final reconocer verdades y desestimar una que otra cosita que no merece la pena. Y te digo que yo he estado pensando, reflexionando, logrando apreciar en su justo valor muchas cosas...
-¿Tú, Burrito, pensando? ¡Jum! Me sorprendes, de verdad, Burrito. ¿Tú, reflexionando!
-¡Ay,, ¿dónde has olvidado tu educación, Silla de Guano? ¿Qué haces interrumpiéndome? Pues, sí, te decía, que valorando muchas cosas he llegado a la conclusión de que yo, el burro de don Pedrito, sin temor a equivocarme, soy mucho más importante que tú, su silla de guano.
-¡Qué! ¿Qué dices? ¿Acaso habrán mis oídos escuchado bien tu perorata? ¿Me hablas a mí, amigo asno?
-Pero, ¿realmente te extraña mi comentario? -exclamó el burro. -Te repito, te repito... ¡SOY MÁS IMPORTANTE! Yo le llevo a la ciudad a vender los frutos. Soy yo quien le acompaña adonde los vecinos. Yo cargo el agua. Día tras día. Yo hago con él todas sus diligencias y de noche soy yo quien cuida del conuco y de la casa. Que no te quepa la menor duda; eso, Silla de Guano, es ¡IMPORTANCIA!
La silla de guano se quedaba azorada. Aunque no era mal humorada ni resentida, se tapaba los oídos, dispuesta a oír ni una palabra más de lo que el asno le día. Creía la sillita que con su silencio ayudaría al amigo burro a volver a su sano juicio. Pero, no. Dale que dale, él proseguía cantando sus hazañas cotidianas junto a don Pedrito.
-Bueno -decidió intervenir la silla. -¡Basta! Por tu bien te voy a dar una lección: Nunca más, amigo Burro, trates de decir lo que eres o cuánto crees que vales estableciendo -como lo has hecho- una necia comparación. Por esta vez te perdono. No me doy por ofendida pero escucha por esas orejas grandes, grandotas tuyas lo que tengo que aclararte. Pon atención. Ni siquiera quiero verte mover el rabo. Te digo:
¡T O D O S
S O M O S
I M P O R T A N T E S!
Aún los que menos crees. Por ejemplo, tú y yo. No eres menos. No soy más.
Ni más ni menos.
Igual necesitamos cuatro patas para estar de pie. Ambos igual.
Igual nos visten de guano, ambos igual.
Igual se acomodan en nosotros, ambos igual.
Igual de fieles a don Pedrito somos, ambos igual.
¿Comprendes, Burrito? Iguales aunque diferentes.
Y, así como es cierto que tú llevas y traes a don Pedrito, le ayudas, le cuidas y le acompañas; es conmigo que él descansa. Reposa. Recobra sus energías. Meditanto, mira atrás el día que pasó, ve el día de hoy y sueña con el día de mañana que será mejor

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